miércoles, 26 de marzo de 2014

Herida(Wounded)

CAPÍTULO 7


- ¡Oh, Kile!- dijo la enfermera en cuanto él abrió la puerta de la enfermería-. Cuanto tiempo, pensé que no te volvería a ver.

La enfermera era una vampira esbelta de ojos pardos, pelirroja de pelo liso. Tendría alrededor de los treinta y largos, pero sus sonrosadas mejillas le daban un toque infantil, aunque seguramente lo que más llamaba la atención de los chicos eran sus voluminosos senos.

Sin percatarse de mi presencia todavía, la enfermera paso sus brazos alrededor del cuello de Kile y yo aproveché su momento de distracción para liberarme del agarre de su mano. Este gesto hizo que él volviera a recordar que yo estaba allí e intentó volver a sujetarme, pero pasé al lado de ambos tortolitos, poniendo a la enfermera en medio de nosotros dos.

- Espera, Dani- dijo Kile.

- ¿Y esta chica?- preguntó la enfermera mirándome-. Cariño, hay algo que se llama ducha- añadió, y señaló mi ropa.

Me miré y vi que mis manos y mi ropa estaban cubiertas de sangre, al igual que la daga que todavía sostenía.

- En fin- dije-, dejando a un lado mi aspecto, necesito calmantes y pomada.

- ¿Y qué te ha pasado, señorita?- susurró una dulce y masculina voz en mi oreja.

Me giré para ver a un guapísimo vampiro vestido con una bata blanca. Tenía el pelo liso como el de la enfermera, pero el de él era castaño al igual que sus ojos, ojos que me miraban fijamente.

- Digamos que acabo de matar en el comedor a una vampira del clan este que nos amenaza- dije yo en un intento por resumirlo todo.

- ¿Y por qué estás aquí?- preguntó-. ¿Acaso esa sangre es tuya?- señaló mi atuendo.

- No- contesté-. Pero sí que me he pegado un porrazo en la espalda contra una de las mesas- por la cara que puso, esto al parecer no le pareció una lesión tan grave como para presentarme en la enfermería, así que me vi obligada a dar más detalles-. Bueno, he salido volando a gran velocidad y tras sobrepasar dos enormes mesas he impactado fuertemente contra la tercera.

Le miré escéptica, cansada de dar explicaciones y es que el dolor aumentaba por momentos.

- Entonces tengo que examinarte- dijo mientras me rodeaba la cintura con un brazo y me llevaba hasta la camilla-, para determinar la gravedad. Quítate la blusa y siéntate.

Sentía los ojos de Kile clavados en nosotros, taladrándonos con la mirada, sobre todo cuando yo empecé a desabotonarme la blusa. Una vez me la quité observé mejor la mancha de sangre, y supe que ya aquella blusa no me serviría para nada.

- Siéntate- dijo el vampiro mientras rodeaba la camilla para verme la espalda-. Vaya…

- ¿Qué?- pregunté.

- Tienes una gran parte de la espalda morada- dijo y acarició la parte de mi cuello- y bajando por esta zona- continuó mientras deslizabas sus dedos por debajo del sujetador- está algo inflamado.

Gemí cuando rozó la zona en la mitad de mi espalda y Kile me miró fijamente. Su mirada era intensa e implacable, haciéndome casi imposible apartar la mirada, pero esa atracción fue sustituida por el dolor que sentí cuando el médico ejerció presión sobre la supuesta zona inflamada.

- Lo que pensaba- dijo él mientras volvía a rodear la camilla para ponerse enfrente de mí-. Tienes la espalda tensa por eso tienes esa pequeña inflamación, pero por lo demás solo es el dolor del golpe, no hay nada grave- miró a su alrededor y se dirigió a una enorme estantería llena de cajones, de donde sacó pomada y calmantes.

- Esto es lo que te pedí yo desde un principio- dije mientras cogía los medicamentos.

- Lo sé- se rio-. Como supongo que ahora te bañarás para quitarte la sangre, en cuanto te seques ponte la pomada y tomate un par de calmantes. Los calmantes aliviarán el dolor, así que puedes ir a las clases normalmente, menos a los entrenamientos. Ya me encargaré de darle el justificante al profesor.

Bajé de la camilla algo desanimada, y es que perderme la única clase que me gustaba no era una buena noticia. Mientras tanto Kile cogió mis medicamentos y me observó desde la puerta, esperando a que terminara de ponerme la blusa de nuevo. Nada más terminar me acerqué a él y extendí la mano para coger las medicinas, pero lo único que conseguí fue que me volviera a coger de la mano como había hecho para venir a la enfermería, y rápidamente me llevó fuera.

Apenas fui capaz de oír el “cuídate’’ que me dijo el médico cuando salimos.

Caminamos en silencio, el llevando la delantera y guiándome por los pasillos, hacia mi cuarto. ¿Qué me pasaba? Normalmente yo no era así. Jamás hubiese dejado que un chico me tomara de la mano si no era mi pareja o un familiar y ahora mírame, caminando por los pasillos tomada de la mano de un chico que había conocido la noche anterior. ¿Hay algo mal en mí? Pero tenía que reconocer que en el fondo, muy muy en el fondo, por ahí en lo más profundo de lo más profundo de mi ser, me gustaba la sensación que recorría mi cuerpo con el tacto de su piel. También era verdad que la mayor parte del tiempo me resultaba molesto y pesado, pero al mismo tiempo me sentía protegida con solo estar a su lado. ¿Qué demonios me pasa? Esta no era yo, y en aquel momento solo tenía clara una cosa y es que…

…Kile rompía todos mis ideales.

Llegamos a la puerta de mi cuarto y nos paramos justo enfrente de ella. Avancé, aferré mi mano al pomo y lo hice girar para abrirla, separando así nuestras manos. Y en cuanto lo hice me sentí vacía, como si hubiesen arrancado un trozo de mí y deseé volver a tomar su mano. Pero no lo hice, y en cambio solo me giré hacia él me aferré con fuerza a la puerta.

- Mmmm…gracias- dije y comencé a cerrar lentamente la puerta.

- Espera- dijo frenando la puerta con su mano-. ¿Puedo pasar?

Pero antes de poder responderle, él ya estaba dentro de mi habitación.

- ¡Oye! No te he dicho que sí- protesté.

- Ya- dijo y me miró intensamente-, pero te morías de ganas de que entrara- tenía que responder, pero su mirada me lo impedía.

Tragué saliva.

- No digas bobadas- dije apartando la mirada.

Zanjando el tema, cerré la puerta y me dirigí al ropero para coger una muda de ropa. La sangre se había secado ya sobre mi cuerpo, y me sentía desagradablemente pegajosa. Necesitaba una ducha urgente y en cuanto cogí la ropa interior de la cómoda, corrí hacia el baño y cerré la puerta. Dejé la ropa a un lado y por primera vez en todo el día, me miré en el espejo.

Y por dios, que espanto.

A parte de mi demacrado aspecto debido a toda la sangre que había en mi ropa, mi pelo tenía restos de sangre y parecía no haber sido peinado en años. Por otro lado, tenía algunas magulladuras en las piernas, los brazos y la cara, aunque tampoco nada importante. Encendí el agua caliente de la ducha, me quité rápidamente toda la ropa y tiré a la basura toda la que estaba manchada de sangre, es decir, que tiré todo menos los zapatos. Entré en la ducha y sentí como el agua recorría todo mi cuerpo lentamente. Dejé que el agua me hiciera un pequeño masaje en la espalda y me quedé totalmente relajada. Me enjaboné el pelo dos veces y usé la espuma para limpiar los restos de sangre más visibles en mi piel, y después de ponerme la crema en el pelo, me enjaboné el cuerpo. En cuanto envolví mi pelo con la toalla pequeña, comencé a secarme el cuerpo y luego me puse la ropa. Como ya no tenía uniforme, había tenido que coger ropa normal para ponérmela y el conjunto que había elegido consistía en un pantalón de chándal negro que tenía una costura que se ajustaba al tobillo, una camisa blanca de deporte con tiras de nadadora y unas deportivas azul marino.

Salí del baño y vi a Kile tumbado en mi cama, con las piernas colgando hacia mí. Coloqué los tacones al lado del ropero y me senté enfrente del tocador para secarme y peinarme el pelo. Una vez hecho esto me giré hacia Kile y me puse frente a él, que tan solo se apoyó sobre sus codos y me miró.

- Ya te puedes ir- dije poniendo las manos en mi cintura.

- No tan deprisa- dijo. Se levantó velozmente, me agarró por los hombros y me sentó en la cama de espaldas a él.

- ¿Qué haces?- pregunté mientras me giraba.

- Necesito que te quites la camisa.

- ¡¿Por qué?!- exclamé. Este chico estaba majara si creía que me iba a quitar la camisa solo porque él me lo decía.

- Te tengo que poner la pomada- dijo mostrándome el bote de crema.

Me mordí el labio mientras le miraba debido a la frustración y, a regañadientes, me giré y me quité la camisa, dejándola sobre la cama. Él apartó mi pelo hacia un lado y recorrió mi espalda hasta el cierre de mi sujetador. Me tensé, y él paró, pero no movió sus manos del cierre.

- Tengo que ponértela por todas partes- dijo, aunque igualmente se quedó quieto.

Sabía que lo que estaba diciendo tenía sentido porque sería molesto tener que estar sorteando el sujetador, pero igualmente me resultaba algo incómodo. Sinceramente, era la primera vez que dejaba que un chico me desnudara, a parte de mi padre cuando yo era un bebé, y es que lo de tener novio no me había interesado nunca, por lo que nunca  había ocurrido algo así. Y lo peor de todo es que Kile no era un chico cualquiera, sino que era un vampiro de la realeza algo molesto que me seguía por todos sitios y que era famoso entre todas las chicas. Y sí, lo he dicho bien, de la realeza, y es que el chico era ni más ni menos el hijo de una de las familias reales más poderosas del mundillo, pero eso no venía a cuento ahora.

Porque Kile aún seguía esperando para poder desabrocharme el sujetador.

Poco a poco me relajé y de pronto se oyó un clic, dando a entender que el sujetador ya estaba suelto. Apartó sus manos de mi espalda durante unos segundos y luego me sobresalté al sentir como algo frío me tocaba.

- ¿Estás bien?- me preguntó, y supe que estaba sonriendo.

- Sí- contesté-. Es solo que la pomada está fría.

Él rio, y comenzó a expandir la crema suavemente por toda mi espalda. Sorprendentemente, sus manos en mi piel se sentían agradablemente bien y por un segundo pensé que quedarnos así no estaría nada mal. Supuse que él sabía que me estaba gustando aquel pequeño masaje, porque continuó pasando sus manos por mi espalda incluso después de que la pomada hubiera desaparecido.

Otro clic se escuchó y nuevamente tenía el sujetador abrochado. Lentamente y un poco a mi pesar, extendí la mano hacia mi camisa para cogerla, pero Kile fue más rápido y la alcanzó primero. Me giré hacia él sorprendida y aprovechó que estábamos frente a frente para tumbarse sobre mí en la cama. Tenía mis manos sujetas por encima de mi cabeza, a sabiendas de que si me las soltaba yo trataría de quitármelo de encima y por eso no pude soltarme. Quería decir algo, pero nada salía de mi boca, y es que a pesar de que una gran parte de mi ser quería que me dejara, existía una pequeñísima parte que deseaba aquello y él lo supo nada más ver que yo no reaccionaba. Dejó de sujetarme con las dos manos para pasar a sujetarme con una, mientras que deslizaba la otra sobre mi piel desnuda sin apartar la vista ni un segundo de mis ojos. Un agradable escalofrío me recorrió mientras su mano rozaba mi piel y no pude evitar tragar saliva. Cuando su mano hubo llegado a mi cintura él se aferró a ella y me acercó hacia su cuerpo, lo que hizo que nuestros rostros se encontrasen a escasos milímetros de distancia. Nos miramos, durante unos segundos que se hicieron eternos y en sus ojos pude ver el deseo dibujado.


Y entonces me besó.

viernes, 14 de marzo de 2014

.Pura.

Por fin, después de tanto tiempo, regreso con nuestra querida Lilianne y nuestro reclamado Nathan. Espero que me perdonéis por la tardanza jajajajaja Ya no os entretengo más, besos a todo el mundo :3


CAPÍTULO 10

Algo suave me acariciaba el brazo.

Era tan agradable y se sentía tan bien, que al principio creí que era un sueño, hasta que sentí que aparte de suave, lo que me acariciaba era algo peludo. Abrí los ojos lentamente, extrañada e intrigada a la vez por saber qué tenía en el brazo, y lo que vi me espantó.

Una tarántula, más específicamente la tarántula que Chad tenía como mascota, caminaba por mi brazo con paso lento y pausado. Movía sus patas de una en una, sin darse mucha prisa en avanzar y por un segundo pensé que me desmayaría. La odiaba, odiaba a las arañas en general, ya que me daban auténtico pavor y apostaría lo que fuera a que mi querido hermano Chad la había puesto en mi cama mientras yo dormía solo para reírse ante mi reacción.

Y le di el placer.

Abrí los ojos como platos y grité, levantándome de la cama en cuestión de segundos. Agité el brazo para que aquel bicho se separara de mí y en cuanto la tuve lejos corrí hacia la puerta. Intenté abrirla pero no pude porque desde fuera algo o alguien impedían que lo hiciera.


- ¡Chad abre la puerta!- exclamé, y escuché risas al otro lado-. Te lo digo en serio ábrela ya.

- ¿Pero qué pasa hermanita?- preguntó Chad.

- Ni hermanita ni nada- dije molesta-. Ya verás cuando te coja Chad, te voy a matar.

Más risas fuera, y yo con aquella tarántula en el suelo.


- ¿Qué me darás si la abro?- me preguntó.

- Pues una patada en el culo- respondí yo, furiosa.

Él se rio de nuevo.


- Bueno- dijo-, te abriré la puerta si prometes no matarme cuando lo haga.

Ni en broma, ¿estaba loco?


- Está bien- contesté-, no te mataré así que abre esta puerta ya porque el bicho ese se me está acercando.

Se escuchó como la llave giraba al otro lado, abriendo la puerta que me daría libertad para ponerme lo más lejos posible de aquella araña que se aproximaba a mí. Finalmente la puerta se abrió y me escabullí lo más rápido que pude fuera, hasta colocarme contra la pared que tenía enfrente. Allí fuera, en el pasillo, se encontraban todos, menos las pequeñas Anabelle y Nora, con grandes sonrisas en la cara.

Mi mirada hacia Chad fue lo suficientemente amenazante como para que su sonrisa desapareciera.


- ¡Tú, maldito!- exclamé, comenzando a pegarle-, ¡¿te crees que esta es forma de darle la bienvenida a tu hermana?! ¡Saca ese bicho monstruoso de mi cuarto ahora mismo si no quieres morir en este instante!

Él lo único que hacía era defenderse de los golpes mientras se reía descontroladamente, y le hubiese seguido golpeando de no ser porque vi como Benjamín se acercaba a nosotros desde el interior de mi habitación con la tarántula en la mano. Me alejé, esquivando su intento de ponerme la araña encima, y de nuevo me quedé contra la pared.


- ¡Benjamín en serio!- le grité-. Y yo que pensaba que tú eras el más responsable.

- Toma Nathan- dijo Benjamín riéndose y pasando la araña casi por encima de mi cabeza-, a Rosalía le caen muy bien los hombres.

Rosalía la tarántula, qué cómico.

Miré a mi lado, donde Nathan se encontraba sosteniendo el bicho, y puse cara de horror algo que hizo que él se riera. Pero lo que hizo que dejara de prestar atención a la araña fue el espectáculo de ver a Nathan vestido con un simple pantalón de chándal que supuse usaba como pijama, y durante unos segundos no pude hacer más que mirar aquellos brazos. Lo más gracioso fue que, cuando conseguí dejar de mirarle y volteé mi vista hacia los demás, tanto Dacota como Ellen y Adriana, miraban al vampiro con ojos deslumbrados. Entonces sentí como algo suave y peludo me rozaba la oreja y tuve que gritar al reconocer el tacto de la tarántula.


- ¡Nathan!- exclamé, alejándome un poco y golpeándole el brazo.

De nuevo, todos rieron.


- ¿Se puede saber por qué hacéis tanto ruido?

La voz desinteresada de mi madre se escuchó en todo el pasillo, haciendo que los demás se callaran. Hacía tanto tiempo que no escuchaba esa voz, tanto tiempo que no sentía su presencia, que me costó volver a hacerlo. Mi mandíbula se tensó y cerré los puños a fin de contener la rabia. Me giré, no preparada aún para ver a aquella mujer a la que tenía que denominar mi madre, y la vi al final del pasillo.

Desde allí, la miraba y no podía sentir más que odio y rechazo hacia la persona que se suponía que debía llamar “mamá’’. Lo peor era que sus ojos mostraban hacia mí lo mismo que yo sentía hacia ella, incrementando mi rabia. La tensión que se palpaba era evidente y los que nos rodeaban no sabían qué decir.


- Mamá- dijo Adriana con una insegura sonrisa-, Lilianne ha vuelto, ¿no estás feliz?

Yo bufé ante la pregunta y todos me miraron. ¿Mi madre feliz por mi presencia? ¿En qué mundo cabía eso? En nuestro último encuentro me había dejado bastante claro que no era yo uno de los motivos por los que se levantaba todos los días y, como no me apetecía escucharlo de nuevo, entré en mi cuarto y cerré dando un portazo. Tenía ganas de desaparecer de allí y no volver, alejarme de aquella casa que me traía tan malos recuerdos.

Recuerdos que yo no quería recordar.

Así que hice lo único que podría alejarlos de mí y, después de cambiarme de ropa, me sumergí en el trabajo. Mi padre me había dejado toda la información que él y su equipo habían recogido sobre el caso, junto con las pequeñas anotaciones que él había escrito, y lo estudié.

La víctima, llamada Grace Nichols, había sido atacada sobre las cuatro de la mañana de un viernes en un callejón alejado de su casa con heridas profundas en el cuello y raspaduras en piernas y brazos. No había indicios de agresión sexual ni de un intento de robo y tampoco parecía ser un crimen pasional. Su única familia eran su madre y su hermano pequeño. Para conseguir superar el día a día, la madre trabajaba en una gasolinera por la mañana y de camarera en un restaurante por las noches. Además, los fines de semana también ejercía de camarera en un club nocturno. Por su parte, el hermano de Grace, Jonas Nichols de veinticinco años, era un chico algo patoso y problemático que vivía mantenido por su madre y su hermana.

Alguien tocó la puerta entonces, provocando que dejara de estar concentrada en los informes pero, suponiendo que era mi hermana en un intento por sacarme de mi cuarto, no hice tampoco mucho caso.


- Adriana, ¿puedes irte?- dije observando las hojas-. No necesito que nadie me consuele.

La puerta se abrió y volvió a cerrar. Seguí mirando los papeles acostada boca abajo en la cama sin prestar atención a quien había entrado, hasta que me percaté de que el silencio duraba demasiado. Levanté la vista y encontré a Nathan mirándome, con las manos metidas en los bolsillos de sus jeans. Todo en su postura era normal, salvo porque por primera vez no lucía aquella sonrisilla que siempre tenía cuando me miraba.


- Así que te han mandado a ti- dije, volviendo a mirar las hojas.

- Todos están preocupados- dijo. Luego se acercó a la cama y se sentó.

Por cómo lo había dicho, eran los demás los que estaban preocupados pero, ¿y él? ¿Estaba él preocupado? Si no lo estaba, ¿qué hacía allí sentado delante de mí? Le observé durante un rato, tratando de averiguar  qué pensaba, qué sentía, qué intentaba conseguir…simplemente saber algo de él. Miré sus piernas, sus manos, su pecho que bajaba y subí bajo su camisa al compás de su respiración, su cuello, su pelo su boca, su nariz y, por último, sus ojos.

Pero no conseguía descifrar nada.

- El día en que te fuiste de esta casa- comenzó a decir Nathan con tono dudoso-, ¿qué pasó? Tu hermana me dijo que nunca le has contado nada a nadie.

- Lo que pasó es algo que solo esa señora y yo sabemos- me reincorporé en la cama, sentándome para poder hablarle más cómodamente dejando una pierna colgando fuera de la cama-. Ni mis mejores amigas, ni mis hermanos…ni siquiera mi padre, que fue el que más me ayudó, saben qué pasó.

- ¿Y por qué no dices nada?- me preguntó.

- Porque no quiero crear un argumento para que todos se vuelvan en contra de mi ma- me paré, ya que no era capaz de llamarla “mi madre”-, de esa mujer.

- ¿Y por eso prefieres sufrir tú sola?- preguntó, aunque casi lo afirmaba.

- Así es mejor- dije, pero no soné del todo convencida.

Durante aquella conversación, todo el tiempo Nathan había estado mirando al frente, pero en ese momento me observó a mí, de una forma similar a como yo había hecho al intentar saber qué pensaba. ¿Ahora era él quien trataba de descifrarme a mí? Y, como yo no había logrado averiguar nada, tampoco dejaría que él supiese nada. Volví a ojear los informes del caso sin prestarles verdadera atención y esperé a que se rindiera.


- ¿Te resistes a que te descifre?- dijo él en tono divertido.

Yo me reí, ya que tenía que reconocer que él era listo.


- Algún día te lo diré- dije y le miré-, lo prometo.

Entonces hubo silencio. En la cara  de Nathan había cierta sorpresa, quizás porque no se esperaba aquella repentina promesa por mi parte y, la verdad, yo tampoco me lo esperaba. Aquella promesa había salido de mi boca de forma inconsciente, involuntaria, pero aun así, tenía claro que la cumpliría. Lo que me resultaba más extraño todavía era que fuera Nathan la persona a quien se lo había prometido. La mayoría de las veces era un idiota irremediable al le gustaba sacarme de quicio y, sin embargo, acababa de prometer que le contaría el secreto que no había contado a nadie. ¿Era eso posible? Definitivamente había perdido la cabeza.


- Suerte que tengo toda la eternidad- dijo, rompiendo el silencio que se había formado.

Entonces tomó las hojas que yo tenía en la mano y empezó a leerlas, dejándome a mí sin nada que poder leer. Le miré molesta, ya que se suponía que él tenía sus propios informes, que mi padre en persona le había dado, en su habitación y, en vez de coger los suyos propios, estaba allí en mi cuarto, ¡en mi cama!, distrayéndome.


- ¿No tienes tus informes o qué?- le pregunté.

- Los tuyos me gustan más, tienen tu aroma- a eso no supe que responder, pero él tampoco me dejó que lo hiciera-. Además, seremos un equipo más eficaz si estudiamos juntos.

La verdad es que era razonable.


- Muy bien- dije-, pero igualmente ve a buscar tus informes y tráelos. Yo quiero los míos- y nada más decirlo me acerqué un poco a Nathan para coger las hojas.


Justo lo que, al parecer, él había estado esperando que hiciera porque nada más acercarme un poco, puso su mano en mi espalda y me atrajo hacia su cuerpo. El movimiento fue hecho con fuerza, lo que casi consigue que nos acostáramos, pero Nathan no pareció tener problemas para mantenerse sentado. Mi cuerpo quedó parcialmente encima del suyo y si miraba al frente lo único que veía eran sus ojos. Estábamos tan cerca, demasiado quizás, y nuevamente sentí un cosquilleo recorriendo mi cuerpo.


Nathan, suéltame- dije con tono amenazador.

- ¿O qué?- preguntó.

- O te arrepentirás- contesté. ¿En serio estábamos jugando a ese juego?

- Entonces correré el riesgo- fue lo que dijo.

Me mordí el labio para evitar sonreír. Me sentí como una niña pequeña y traviesa, jugando con los otros niños que me rodeaban. Y entre todos esos niños estaba Nathan, un vampiro idiota que se esforzaba para conseguir que jugara con él aunque sabía que no se lo iba a poner fácil. Mientras tanto, aprovechando mi momento de distracción, Nathan empezó a acercarse a mis labios, pero le detuve antes de que pudiera hacer nada.

- No pienso besarte Nathan- dije y usé mis manos para separarnos todo lo que él me dejó.

- Liliannne, ¿quieres venirte de compras?- preguntó Ellen entrando de repente en la habitación.

Instantáneamente me separé de Nathan, que no paraba de sonreír, y le miré furiosa. Entones miré a Ellen que estaba parada en la puerta, estupefacta, aunque había un poco de picardía en su mirada.

- ¿Quieres irte ya?- dije mirando a Nathan con rabia-. Y no me apetece ir de compras- añadí, mirando ahora a Ellen-. Id vosotros.

Me levanté y les acompañé a los dos fuera.

- Créeme Lilianne- dijo él mientras cerraba la puerta-. Algún día serás tú la que lo pida…- la puerta ya estaba casi cerrada-…que te bese.