CAPÍTULO 9
La calle estaba oscura…y fría.
No había salido del coche ni había ninguna ventana
de él abierta, pero de todos modos sabía cómo se sentiría al salir. Hacía
bastante tiempo que no iba a aquel lugar, quizás demasiado, no lo sabía bien en
realidad. El punto estaba en que jamás me habría imaginado regresando allí, por
razones que sinceramente no me apetecía nombrar, y sin embargo ahí estaba,
enfrente de la casa que un día fue mi hogar.
Deslicé mi mano lentamente hacia el manillar de la
puerta y me aferré a él con fuerza cuando lo alcancé. Tragué saliva al dar un
pequeño tirón y escuchar el clac que me decía que la puerta se había abierto.
Salí del coche y en cuanto pisé la acera de cemento, quise volver a meterme
dentro y volver por donde había venido.
El estar de nuevo en aquel lugar me hacía recordar
muchas cosas, sobretodo la tarde en que caminé por aquella misma calle en dirección a ninguna
parte decidida a no mirar atrás, a no regresar jamás. Pero allí estaba de nuevo
y era tan, tan irritante que tuve que dar patadas al suelo para calmar mi
rabia.
- Pareces una
niña pequeña- dijo Nathan colocándose a mí lado.
- Lo sé- dije.
Me quedé mirando al suelo un instante y luego miré
a la casa que estaba delante de nosotros. Lo que Nathan decía era verdad, y es
que me estaba comportando como una niña pequeña cuando tiene una pataleta. Por
eso, dejé mi lado infantil a parte, avancé hasta el maletero y traté de abrirlo
para poder coger mi equipaje, pero no pude ya que estaba cerrado con llave.
- Nathan hazme
el favor de abrir esto- dije y le miré.
Jugaba con las llaves en la mano, mirándome con
una sonrisilla. Tenía la sensación de que lo había cerrado a posta, aunque aún
no sabía por qué.
- En seguida mi
señora- dijo acercándose.
- Por dios no me
digas señora- dije-, me haces sentir mayor.
Se rio.
- De acuerdo gatita-
dijo.
“Gatita” tampoco me entusiasmaba demasiado, pero
era mejor que si me llamaba “señora”.
- ¿Puedo hacerte
una pregunta?- dijo sacando una de mis maletas.
- Claro-
contesté, más naturalmente de lo que me hubiese gustado.
Él me miró un momento.
- ¿Hay algo que
tenga que saber antes de entrar?- preguntó-. Ya sabes, ¿alguna norma o algo que
no pueda hacer?
Me mordí el labio para poder aguantar la risa.
- No seas
ridículo- dije-. ¿Acaso crees que algo de lo que yo diga tendrá valor en esa
casa?
- Para mí si lo
tendrá- dijo, aunque puso cara dudosa-. En realidad depende.
- ¿Depende?- le
miré con sarcasmo-. ¿Y en qué me harás caso?
- Eso no te lo
puedo decir ahora- dijo pasándome un bolso-, lo sabrás cuando pase.
- ¿Y en qué no
me harás caso entonces?- pregunté-, ¿me dirás eso?
- Ya lo
averiguarás- dijo.
- Eres idiota-
dije-, si no me vas a hacer caso, ¿para qué me preguntas si hay alguna norma?
Se encogió de hombros.
- Entonces, ¿hay
algo que tenga que saber?- insistió.
- Bueno, en
realidad sí- dije-, es con respecto a mi madre.
Durante un momento, nos quedamos mirando.
- Es solo que-
comencé-, si te llevas demasiado bien con ella, te odiaré para siempre.
- Es imposible
que puedas llegar a odiar a alguien tan adorable como yo- dijo. Cerró el
maletero y me miró a los ojos, un intento de sonrisa encantadora en su rostro.
Tuve que morderme el interior del labio para
suprimir el hormigueo de placer por dolor.
- No me tientes
Nathan- dije pasando por su lado.
Caminé hasta colocarme justo delante de la puerta
de la enorme casa, y suspiré mientras miraba el timbre. No me atrevía a
tocarlo, ya que en cuanto lo hiciera estaría de nuevo entrando en la casi
odiosa vida que tenía antes. Justo entonces Nathan se colocó a mi lado y,
después de un momento mirando al timbre y a mí, lo pulsó como si fuese a esa
casa todos los días.
- ¿Pero qué
haces?- dije mirándole con espanto.
- Llamar al
timbre- dijo-. ¿No lo has hecho antes?- preguntó con sarcasmo en su voz.
- No te hagas el
gracioso conmigo- dije-. Sabes perfectamente por qué no había tocado el timbre
aún. Solo quería tomarme mi tiempo.
Él bufó.
- Pues si dejaba
que te tomaras tu tiempo seguramente hubiésemos tenido que acampar esta noche
aquí fuera- replicó-, y lo siento gatita, pero esa sería una de las cosas en
las que no te haría caso.
Por desgracia, tenía razón y eso me molestaba.
- No me llames
gatita- dije y la puerta se abrió en ese momento.
Era Adriana.
- ¡Oh Lilianne!-
exclamó con entusiasmo-. ¡Por fin estás aquí!
Antes de que pudiera decir nada, ella se abalanzó
sobre mí y me sumergió en su abrazo. Me apretó fuerte contra su pecho y no pude
resistirme a hacer lo mismo con ella. Nuevamente la tenía allí, cerca de mí,
tan cerca que podía abrazarla fuerte y oler el aroma de su sedoso pelo. No me
había dado cuenta hasta ahora, de lo mucho que extrañaba aquella sensación tan
gratificante y de lo mucho que extrañaba a mi familia.
Excepto a mi madre.
- Bueno Adri-
dije-, creo que ya es hora de que me sueltes.
- Lo sé- dijo,
echándose para atrás un poco-, pero es que estoy tan feliz, de que hayas
vuelto- y otra vez me abrazó.
Estuvo así unas milésimas de segundo, hasta que se
percató de que conmigo venía alguien más.
- Oye hermanita-
dijo, soltándome al fin-, ¿es que no me presentas a tu amigo?
El énfasis
que hizo en la palabra amigo era demasiado, como decirlo… insinuante, le
quedaría bien. Eso me aseguraba que en cuanto tuviera un momento mi hermana me
secuestraría y me haría un interrogatorio sobre Nathan y, por la mirada que me
acababa de echar, estaba en lo cierto.
- Él es Nathan-
dije-, mi compañero. Ella es Adriana, mi hermana.
- Encantado-
dijo Nathan, tomando la mano de mi hermana y dándole un beso en el dorso.
- Igualmente-
contestó mi hermana.
Él separó la mano de su boca, pero no la soltó, y
ambos se quedaron mirando durante un largo rato. Yo estaba tan asqueada viendo
Nathan camelándose a mi hermana que estuve varios segundos sin poder
reaccionar.
- ¡Oye tú, ligón!-
dije separando sus manos-. Ella ya tiene novio y tres hijas, ni se te ocurra
intentarlo- mi tono era enfadado-. Y tú Adriana- añadí mirándola-, ¿qué ejemplo
de madre eres para tus hijas si te quedas engatusada con el primer chico guapo
que se te pone delante?- ella se ruborizó al mismo tiempo que me miraba
avergonzada.
- Venga- dijo-,
pasad.
Mi hermana se apartó un poco, dejándonos espacio,
y nosotros entramos. Cuando la puerta se cerró, una pequeña sensación de
asfixia y opresión me invadió el pecho. En aquella casa me sentía prisionera,
encerrada como un pajarillo que sabe que la jaula es su casa, pero una casa que
no le deja explorar el exterior. Me quedé parada allí momento, observando lo
que me rodeaba.
La casa no había cambiado nada desde que me había
ido. Nos encontrábamos en el recibidor, con una zapatera pegada a la pared que
se utilizaba más para guardar paraguas y cosas así que como zapatera. Al lado
de ella un perchero sostenía un centenar de abrigos, chaquetas, sombreros y
algún bastón, seguramente de mi padre. Más adelante había una enorme puerta con
forma de arco que, si todo seguía tal como antes, daba al enorme salón con
cristaleras que mostraban parte del jardín. En la pared situada en frente de
esta puerta, había otra que daba al comedor, con la enorme mesa cuadrada de madera que estaba rodeada por un séquito de sillas.
Dejamos las maletas en el recibidor y un par de
criadas las tomaron y se la llevaron. Nosotros, por otro lado, seguimos a
Adriana por el pasillo hasta el salón. Sentado en el sillón de masaje de cuero
marrón de mi padre estaba Benjamín, leyendo un libro con extremado interés. En
el sillón más cercano estaban Brandon dándole de beber el biberón a Nora, la
hija más pequeña de él y mi hermana, de tan solo ocho meses. En la mesa situada
en frente de ellos estaban Ellen, la esposa de Benjamín, y Dacota sentadas en
el suelo pintando dibujos con Anabelle, estas dos últimas hijas también de mi
hermana y Brandon. Dacota era la mayor, con doce años de edad, y Anabelle la
mediana, con tres años recién cumplidos.
- ¿Y Chad?- le
pregunté a mi hermana al oído-, ¿a la caza de chicas otra vez?
- Ya sabes cómo
es tu hermano- contestó ella y nos reímos.
Fue entonces cuando todos nos miraron.
- ¡La tía
Lilianne llegó!- exclamaron tanto Anabelle como Dacota.
Las dos se levantaron y corrieron hasta donde yo
estaba, abalanzándose sobre mi cuando me alcanzaron. Dacota se aferró a mi
torso, mientras que Anabelle tuvo que abrazar mi pierna porque no llegaba más
arriba. Yo las abracé con el mismo entusiasmo, contenta de tener otra vez entre
mis brazos a aquellas diablillas. Luego se separaron de mí y se quedaron
mirando a Nathan, lo que me hizo mucha gracia ya que Anabelle estaba copiando
todo lo que Dacota hacía.
- ¿Desde cuándo
copia Anabelle a Dacota?- le pregunté a mi hermana, acercándome a su oreja.
- Pues desde
hace poco- me susurró-. Está igual que como Dacota hacía contigo, siguiéndote a
todas partes y comportándose como tú. Lo que quiere decir que voy a tener que
criar a tres copias tuyas.
- ¿Tres?- dije
extrañada-. Yo ya estoy criada.
- No hablo de
ti, hablo de Nora- dijo mirando a la bebé-. No creerás que ella no copiará a
sus hermanas, ¿no? Estoy deseando que no se deje llevar por ellas, así solo
serán dos copias tuyas que tendré que criar.
Yo sonreí.
- Hermanita-
dije, poniendo una mano en su hombro-, no creo que se resista a copiar mis
encantos.
Ella suspiró y entonces volvimos a prestar
atención a aquellas dos muchachas que estaban delante de nosotras.
- Querida tía de
mi alma- dijo Dacota sin dejar de mirar al vampiro-, ya veo que no pierdes el
tiempo. Hace una semana que te fuiste y ya te has ligado a un vampiro- se
acercó un poco más a Nathan y le miró de arriba abajo-. Sinceramente creo que
es el más guapo de todos los novios que has tenido hasta ahora.
- Sí- añadió
Anabelle-, el más guapo.
- No somos
novios- dije.
- ¿A no?- esta
vez la que habló fue mi hermana, y cuando la miré su rostro mostraba sorpresa.
- Pues entonces
me lo pido- dijo Dacota lanzándose sobre el vampiro y agarrándole del brazo.
- Ni lo sueñes
jovencita- dijo mi hermana, apartando a su hija mayor de Nathan.
Una vez la separó de él, tomó a Anabelle y las
llevó a las dos de nuevo al salón. A esas alturas, todos los demás se habían levantado
y estaban delante de nosotros dispuestos a darnos la bienvenida. Ellen me
abrazó fuerte, al igual que había hecho Adriana anteriormente y yo la abracé
también.
- ¿Qué tal os
fue en el viaje a Australia?- le pregunté cuando rompimos el abrazo.
Hacía poco que ella y Benjamín habían regresado de
allí, en un viaje en parte de negocios en parte de turismo, y como me había ido
a Míchigan antes de que ellos volvieran, no les había podido preguntar cómo se
lo habían pasado.
- Fue algo
aburrido ya que tu hermano estuvo casi todo el tiempo con los negocios- dijo
mirando molesta a Benjamín, que estaba hablando con Nathan y con Brandon-, pero
el tiempo que estuvimos juntos lo aprovechamos de maravilla, te lo aseguro-
añadió y yo abrí los ojos como platos. Imaginarme a Ellen y a mi hermano
“aprovechando el tiempo de maravilla’’ no era algo que me entusiasmara
demasiado.
- Ya bueno-
dije-, no hace falta que me des tanta información querida.
Ella sonrió.
- Oye apártate
un poco- dijo Brandon acercándose, Nora todavía en sus brazos-, nosotros
también queremos saludar a Lilianne, ¿a que sí?- la pregunta de mi cuñado iba
dirigida a Nora, que se rio contenta en respuesta.
- Pero qué
preciosidad ha venido a saludarme- dije yo acariciando la mejilla de la niña.
- Gracias
Lilianne- dijo Brandon haciendo como que el piropo iba dirigido a él-, no sabía
que me veías de esa forma.
Ellen y yo nos reímos y le di un pequeño golpecito
en el brazo a él. Luego volví a mirar a Nora, que tenía sus brazos extendidos
hacia mí, pidiéndome que la cogiera y eso hice.
- Tu padre es
tonto, ¿lo sabías?- le dije a la niña, colocándola adecuadamente contra mi
cuerpo-. Se cree que lo de preciosidad iba para él.
Lo único que la niña hizo fue reírse mientras
ponía sus manos sobre mi cara.
- Bueno Lili-
dijo Benjamín situado al lado de Nathan-, ¿no me vas a preguntar cómo me fue el
viaje a Australia?
- Antes que
nada, hola- dije, acercándome a él y dándole como pude un abrazo ya que Nora
estaba en mis brazos-, y no, no te voy a preguntar. No quiero que me cuentes
los detalles de cómo Ellen y tú aprovechasteis el tiempo libre de maravilla- él
se rio-. Y no me llames Lili.
- Algo teníamos
que hacer el poco rato que yo tenía desocupado, ¿no crees?- dijo mi hermano con
una sonrisa, consciente de que estaba asqueada por el tema.
Ellen se puso a su lado.
- ¡Benjamín por
favor!- exclamé yo-. Hay niños pequeños delante- dije señalando a Nora, que no
se enteraba de nada.
Todos rieron.
- Nathan,
Lilianne- dijo mi hermana apareciendo entonces-, será mejor que os muestre
donde vais a dormir. De ese modo podréis descargar las maletas.
Le pasé a Brandon a la pequeña Nora, quien hizo
ademán de comenzar a llorar cuando su padre la cogió y se separó de mí, y luego
tomé mis maletas. Nathan y yo seguimos a Adriana por los pasillos de la casa,
hasta llegar a la zona que recordaba era donde dormían los invitados. Mi
hermana abrió la puerta de una de las habitaciones y le hizo un gesto a Nathan
para que entrara.
- Nathan- dijo
ella-, este es tu cuarto. Espero que sea de tu agrado y si necesitas algo no
dudes en pedírnoslo a cualquiera de nosotros- luego me miró a mí y con un gesto
de cabeza me señaló la puerta que estaba enfrente de la habitación de Nathan-.
Esa será la tuya.
Me acerqué hasta la puerta y la abrí para poder
entrar, encendiendo la luz para poder ver. Al principio no la encontré fuera de
lo normal, viéndola como la típica habitación de invitados que recordaba de
siempre, pero al fijarme un poco más, vi fotos familiares colocadas en
distintos lugares de la estancia. Una vez metí las maletas dentro, me acerqué a
cada una de los portarretratos y observé lo que en ellos sucedía. Tenía unas
fotos con mis hermanos, con mi padre, con mis sobrinas, con Rachel y Lynette y
de cuando yo era más pequeña.
- Veo que te has
esforzado en no poner ninguna en la que salga mamá, ¿no?- dije, sabiendo que
Adriana estaba parada en la puerta.
- Sabía que las
tirarías todas en cuanto vieras una de ella- contestó-. He sido cuidadosa- me
giré y le sonreí.
- Sigues siendo
tan lista como siempre- le dije-. A propósito, ¿dónde está ella?
- Fue al bingo
con sus amigas- dijo-. Está ahogando sus penas porque papá va estar lejos
durante un tiempo.
- ¿Qué te
apuestas a que papá no es la única razón de sus penas?- le dije con un tono desentendido.
Ella no contestó.
Avancé hacia mis maletas y tomé la más grande,
para abrirla y comenzar a sacar ropa. No pensaba colocarla toda esa misma
noche, pero esa era la única forma de mantenerme entretenida un rato.
- Lilianne- dijo
Adriana acercándose-, ¿crees que esto es forma de colocar la ropa en una
maleta?
Mi hermana miraba horrorizada el contenido la
maleta, como si estuviera contemplando ni más ni menos que la matanza más
horrible del mundo.
- Para mí sí-
contesté con la mayor tranquilidad del mundo.
- Pero si está
todo desastrado… ¡y mira esas camisas!- exclamó-. ¡Qué manera de doblarlas,
haciendo un ovillo con ellas! Las has arrugado todas.
- Ya deja el
drama- dije mientras le arrancaba una camisa de las manos-. Es mi ropa, así que
la doblo como quiera.
- De verdad-
dijo-, no sé cómo has podido vivir en un piso tu sola todo este-
Se escuchó un carraspeo desde la puerta y ambas
nos giramos. Nathan estaba allí, con una retenida sonrisilla, contemplando la
escena y con ojos que pedían disculpas por interrumpir la conversación.
- ¿Qué pasó?- le
pregunté.
- Me gustaría
saber dónde está el baño- dijo mirándome, pero fue mi hermana quien respondió.
- Yo te lo
enseño- dijo Adriana acercándose a él.
Ambos se marcharon, pero no habían pasado ni cinco
minutos y ya Adriana estaba allí otra vez. Cuando la miré, estaba diferente,
luciendo una sonrisa de oreja a oreja y mordiéndose el labio inferior. Lo que
más me extraño fue, sobretodo, que no había dicho ni palabra acerca del
desastre de mi maleta.
- ¿Qué te pasó?-
pregunté, mirándola extrañada.
Ella me miró y después de un instante se acercó a
mí y me hizo sentarme en la cama con ella.
- Es tan guapo-
dijo-, y además muy simpático. En serio hermana, tienes mucha suerte- sabía de
quien me hablaba incluso sin decir su nombre.
- ¿Adriana pero
qué dices?- dije con horror-. Que tienes pareja y tres hijas. No estás en
posición de andar enamorándote de otro y tampoco me digas que tengo suerte,
porque no es así- su mirada fue de sorpresa.
- ¿Cómo qué no?-
preguntó-. Pero si es tan atractivo.
- Mira- dije-,
admito que es guapo y todo eso, pero también es irritante cuando quiere y por
lo que he comprobado, le chifla verme molesta. Me saca de mis casillas.
- Perdona que te
diga esto Lili- dijo ella-, pero a ti es fácil sacarte de tus casillas, no le
eches la culpa a él. Aunque si no lo quieres, siempre puedes prestármelo- al
decir esto se le escapó una risilla y yo le jalé un mechón de pelo.
- Hermana vuelve
en ti, ¿estás loca?- le dije-. Por enésima vez, que tienes pareja e hijas.
- Ya bueno- dijo
ella sonrojada-, pero como amante estaría bastante bien.
La miré con los ojos abiertos como platos,
escandalizada por lo que mi hermana acababa de decir. ¿Nathan su amante? No me
bastaba con que se llevara de maravilla con mi padre, para que ahora mi hermana
le quisiera convertir en su amante. ¿Estaba el mundo volviéndose loco?
- Escuchad
chicas- dijo Ellen apareciendo de repente en la puerta-, la cena ya está lista.
- Eso, eso- dije
levantándome de la cama-, vayamos a cenar. Mientras lo hacemos tú- añadí
señalando a Adriana-, recapacita sobre la locura que acabas de decir.
Entonces, fuimos a cenar.