viernes, 8 de noviembre de 2013

.Pura.

Bueno bueno, aquí estoy otra vez, con el próximo capítulo.
¿Qué tal lo lleváis por ahora? Espero que bien y os agradecería que dejaseis vuestras opiniones en los comentarios, por muy pequeñas que sean. Ya no os hago esperar más.
Besazos.

CAPÍTULO 5

Algo húmedo me rozó la cara, despertándome.

Abrí uno de mis ojos, frunciendo el ceño ante la luz que entraba por la ventana de mi habitación, y vi a Sasky, mi perrita. Tenía la lengua fuera y meneaba la cola felizmente, dándome los buenos días.

Como todo perro de raza Shar Pei que se conozca, toda su piel estaba arrugada, proporcionándole una imagen parecida a un acordeón, con el pelo de color arena y el hocico negro. Aquella era, desde siempre, mi raza favorita, porque cada vez que los veía me daban ganas de estrujarlos como si de un peluche sedoso y blandito se tratase. No había podido comprármela hasta que cumplí los dieciséis, hacía casi dos años, y desde entonces Saky y yo habíamos estado muy unidas.

Era mi niña consentida y la amaba, al igual que ella a mí.

- Oh Sasky por favor- dije con tono adormilado, pasando las manos por mi cara-, me has baboseado toda.

Ella ladró con alegría al ver que estaba despierta. Agarró con la boca la sábana que me tapaba y retrocedió un paso atrás juguetonamente. Abrí los ojos como platos hacia ella, conociendo sus intenciones.

- No lo harás- dije yo-. No te atreverás a hacerlo.

Y lo hizo.

Salió de la cama con la sábana todavía en la boca y la arrastró lejos de mi cama. Salió de la habitación con la sábana detrás de ella y yo me levanté mientras reía.

- ¡Vuelve aquí Saky!- grité mientras me calzaba las pantuflas de vaca.

Luego la seguí por toda la casa. La busqué por la segunda planta para verificar si se había metido en alguna de las habitaciones, pero no había ni rastro de ella, ni de la sábana, allí, así que bajé las escaleras hasta la primera planta. Miré en la habitación de invitados, el cuarto de el estudio, el aseo, el cuarto de la colada y la cocina, y al ver que no estaba en ninguno de esos sitios, avancé sigilosamente hasta el salón.

Podía escuchar cómo la sábana se arrastraba por el suelo y el jadear de la perra después de soltarla. Me agaché y me deslicé lentamente por el suelo detrás de uno de los sofás, aguantándome la risa para que ella no me escuchara. Asomé la cabeza por una esquina del sofá y la vi al otro lado del salón, de espaldas a mí, con la sábana extendida delante de ella. Estaba sentada, esperando mi llegada, pero por el lado equivocado. Una risilla se me escapó, llamando la atención de Sasky que inmediatamente, en lugar de huir, corrió y se abalanzó sobre mí.

Se colocó encima de mí y empezó a lamer mi cara con notable alegría. Usé mis manos para cubrirme la cara un poco mientras que no podía parar de reír. Ese era uno de esos momentos en los que todas mis preocupaciones se iban, y Sasky lo sabía.  Estábamos tan unidas como si de hermanas se tratase, y por ello reconocía mis estados de ánimo con auténtica facilidad.

La quería más que a mi propia vida.

Era cariñosa y gentil con todo el mundo, excepto con aquellos que levantaran sus sospechas e instintos perrunos. Como hembra, ella era presumida y territorial, sobre todo con los hombres, y no precisamente los perros. Tener una relación con alguien era prácticamente imposible si a Sasky le gustaba el chico, y es que le absorbía y le hacía carantoñas todo el tiempo. Y si tratabas de acercarte a él más de lo debido, lo mejor era correr por salvar tu vida, porque también era extremadamente celosa. Pero gracias al cielo, eso solo sucedía cuando el chico le gustaba y si no, pasaba de él.

Solo me tenía que buscar un chico del que ella no se enamorara.

- Ya está- dije riéndome-. Tregua, tregua. Me rindo.

Sasky dejó de lamerme y me miró, moviendo la cabeza de un lado a otro, como preguntándome qué pasaba. Le sonreí, me levanté y le di un beso en su arrugada frente.

- Venga Sasky- dije alegremente-, hay cosas que hacer.

Esa no era una frase que dijera muy a menudo.

Recogí la sábana del suelo y la llevé hasta el cuarto de la colada. Después de eso subí a la segunda planta y regresé a mi habitación. Cogí algo de ropa del ropero y entré en el baño para darme una ducha. Todavía tenía restos de maquillaje en la cara y estaba deseando tomar un refrescante y relajante baño, así que eso hice. Me quité el pijama que había improvisado la noche anterior, que consistía en una holgada camiseta gris tres tallas más grande que yo, la ropa interior y me metí en la ducha.

Abrí el agua y dejé que me cayera encima, cubriendo todo mi cuerpo, incluido el pelo. Me enjaboné y me aclaré el pelo dos veces, para luego ponerme la crema y dejarlo reposar mientras me enjabonaba el cuerpo. Una vez hecho esto, me quité el jabón y la crema y tomé las toallas para secarme. Cuando estuve segura de que estaba completamente seca, empecé a vestirme inmediatamente.

Había cogido un short vaquero desflecado y una crop tee blanca que caía por uno de mis hombros, dejándolo al descubierto, con una cara sonriente de mis hombros. En cuanto estuve vestida, sequé y peiné mi pelo, recogiéndome hacia atrás con dos horquillas los mechones que se me iban hacia la frente, para que no me molestaran. Revisé las heridas de mi frente, mejilla y labios, y comprobé que no necesitasen de ningún tipo de vendaje ni protección. Todas parecían estar bien y en camino de curarse, aunque unas más rápido que otras.

El labio estaba algo perjudicado.

Salí del baño, intentando no pensar en lo que había sucedido la noche anterior, y abrí el zapatero, tomando de allí unas zapatillas sneakers negras. Me encantaban aquellas zapatillas ya que, a pesar de aparentar ser unas zapatillas normales, en realidad eran unos tacones bastante cómodos. Terminé de ponerme los zapatos y bajé nuevamente a la primera planta, donde Sasky aguardaba pacientemente acostada en el sofá del salón.

Fui hasta la cocina, y saqué lo poco que tenía de comida. Un bote medio vacío de leche y una caja de cereales era todo lo que necesitaba para administrar energía a mi cuerpo aquella mañana. Cogí un tazón, vertí toda la leche y la puse a calentar en el microondas. Mientras la leche se calentaba, abrí una de las puertas de los armarios inferiores de la cocina y saqué un puñado de comida para perros de un saco con ayuda de un bol de plástico. Puse el contenido dentro del comedero de Sasky, que tenía su nombre escrito en letras blancas, y en un abrir y cerrar de ojos ella estaba allí desayunando. Se escuchó un clic desde el microondas, dando a entender que el tiempo de calentado se había terminado y me dirigí hacia él para tomar lo que contenía. Saqué mi tazón de leche de allí, lo coloqué  encima de la isleta y puse cereales dentro. Después de coger una cuchara, me senté en uno de los taburetes que estaba enfrente de la isleta y comencé a engullir mientras repasaba la lista que había hecho el día anterior.

Hoy me tocaba llenar mi casa de comida y productos de limpieza para la posible supervivencia allí. La tarde anterior había hecho un repaso de las cosas esenciales que necesitaba, y el resultado había sido una enorme lista escrita por delante y por detrás. Cualquiera podría pensar que eso era exagerado, pero es que para comer en aquella casa lo único que tenía eran la leche y los cereales que me estaba comiendo.

Y la comida del perro claro, pero eso no pensaba comérmelo yo.

También había apuntado cosas materiales como paños para la cocina, trapos de limpieza, papel higiénico y algunas cosas más que necesitaba. Me iba a gastar bastante dinero eso estaba claro, pero lo peor era que después tendría que cargarlo y descargarlo del coche yo sola, porque tampoco podía decir que Sasky ayudara mucho. Si le dabas bolsas que contuvieran cosas livianas, entonces si ayudaba, pero si le dabas algo que pesara más de la cuenta, le entraba gandulitis y no se movía en lo que quedaba de día. Pero no me podía quejar, después de todo.

Al fin y al cabo, lo había aprendido de mí.

Dejé de mirar la lista, algo deprimida de repente, dándome cuenta del trabajo que me venía encima. Me comí el resto de los cereales con enojo y ni me molesté en fregar el tazón y la cuchara cuando hube terminado. Cogí la lista y la metí dentro de una pequeña bandolera de color beige con una gran asa, junto con las llaves del coche y de la casa. Le eché una mirada a Sasky antes de dirigirme hacia la puerta y vi como devoraba animadamente su desayuno. Si me iba, estaba segura de que no se daría ni cuenta hasta que no se terminara su comida y sonreí.

Ni siquiera me despedí de ella cuando salí por la puerta, ya aunque lo hiciera, no me haría ni caso, y caminé hasta el coche. Me subí en él, arranqué y me fui. El supermercado estaba a unos diez minutos de distancia, así que encendí la radio para escuchar música por el camino. Comenzó a sonar "I'm a believer" la canción versionada por Smahs Mouth, originaria del grupo The Monkees, pero sinceramente, me gustaba más la segunda versión. Smash Mouth era uno de mis grupos favoritos, a pesar de que había tenido sus altos y sus bajos, por lo que no pude evitar subir el volumen de la radio. Era uno de esos grupos de los que todo el mundo conoce sus canciones, pero tan solo la mitad saben realmente quién era el grupo que las cantaba.

Pero bueno, eso no viene a cuento ahora.

Coreé la canción y las demás que sonaron al que tiempo que conducía por las pobladas y activas calles de Lake City. En ese momento, a las diez de la mañana, la mayoría de la gente que había en la calle eran niños que jugaban y personas en su lugar de trabajo o que se dirigían a él. El cielo estaba despejado y soleado, y unos estupendísimos veintiséis grados estaban marcados en uno de los relojes que había en la calle.

Así era el verano en aquella parte del estado.

Busqué un lugar para aparcar en el estacionamiento del supermercado, preferentemente uno que estuviera cerca de la puerta, y por suerte encontré uno justo enfrente de ella. Cogí mi bolso, cerré el coche y entré al supermercado. Aquel sitio era como un gran almacén, con estanterías enormes que dividían el sitio en pasillos y un montón de productos en ellas. Una gigantesca hilera de cajas registradoras y un dependiente por caja, que facturaban las cosas a lo largo del lugar, desde las cajas registradoras pitando y las monedas, hasta las ruedas de los carros rodando por el suelo y la gente que hablaba.

Decidí desconectar de eso y cogí un carro para comenzar a buscar lo que había venido a comprar. Comenzaría por lo pesado, como la leche, el agua, el zumo y esas cosas que iban en el fondo del carro. Luego cogería todo lo demás terminando por las frutas y verduras, que era lo más delicado, y los congelados, como el helado, el hielo y la carne, para así evitar que se descongelaran tanto.

Una vez lo cogí todo, arrastré como pude el pesado carro, que iba en todas las direcciones menos en la que yo quería que fuese, y a duras penas llegué hasta la caja. Imagínate, una chica de un lado para otro del supermercado, siendo manipulada por un carro de la compra que parecía haber perdido el control. Eso, definitivamente, no era dar una buena primera impresión a la gente de la ciudad.

¿Me llamarán la loca del carro?

Ya hasta podía imaginarme la conversación. "Oiga, disculpe. ¿Sabe dónde vive Lilianne Birdwhistle?" diría uno. "¿Quién?" preguntaría el otro. "Lilianne Birdwhistle, ya sabe. Pelo negro, ondulado y largo, ojos ámbar, dieciocho años..."". Y el otro respondería "¡A sí! ¿La loca del carro? Ya sé de quién me hablas. Verás, vive en aquella dirección".

Era tan penoso.

Pero bueno, fuera como fuera, ya estaba hecho y no podía cambiarlo, así que saqué pecho y usé el orgullo que me quedaba para avanzar por la cola hasta la caja registradora. Para mi sorpresa, no vi casi ninguna mirada sospechosa hacia mí, lo que me daba a entender que solo un número reducido de personas habían visto mi espectáculo con el carro, y suspiré algo aliviada, pero no completamente.

Después de todo seguía habiendo un número reducido que podría llamarme la loca del carro.

Pagué y llevé todo metido en bolsas dentro del carro, que nuevamente me hizo pasar un mal trago. Odiaba aquel estúpido carro con toda mi alma y empezaba a desquiciarme. Jamás pensaba volver a comprar, o al menos si lo hacía, no lo haría sola, así la otra persona llevaría el carro y no yo. Metí todo en el maletero del coche, y un par de cosas que no me cabían en él, busqué un lugar para poner el carro, y encontré un sitio lleno de otros carros. Avancé hasta allí y lo dejé. Di un par de pasos marcha atrás y me quedé mirando el carro que recién acababa de colocar.

- Ala- dije-, ahí te quedas. Y ya no me molestes más.

"Lo que me faltaba" pensé "ahora hablo con los carros de la compra. ¿Qué me está pasando?"

Bastante molesta, me di la vuelta y regresé de nuevo al coche. Entré en él y cerré dando un portazo a la puerta tras de mí. Después de eso volví a casa, descargué la compra y lo coloqué todo en su sitio. En cuanto lo hice fui al salón y me tumbé en uno de los sofás. Los brazos me dolían por cargar tanto peso, y los dejé caer a ambos lados de mí. Sasky se tumbó a mi lado en el suelo, con un suspiro de cansancio mientras apoyaba su cabeza sobre sus patas.

- ¿Y tú de qué te quejas?- repuse mirándola-. Si ni siquiera me has ayudado.

Le tiré un cojín y ella se puso a jugar con él, rodando por el suelo, totalmente ajena a mi molestia.

- Tienes suerte de que sea incapaz de enfadarme contigo- murmuré mientras la veía jugar.

Aparté la vista de ella y miré al techo fijamente. Lo de ir a comprar era lo único que había planeado hacer para aquel día y ahora no tenía nada con lo que entretenerme. El día anterior había limpiado la casa y había desembalado y colocado todas mis cosas. Sinceramente había pensado que me ocuparía más tiempo instalarme, pero el hecho de no tener nada que hacer más que mudarme, parecía ser un incentivo para hacer las cosas más rápidamente.

Qué asco.

¿Y ahora qué podía hacer? Esa era la pregunta que me hacía prácticamente todos los días desde que había decidido dejar los estudios para trabajar con mi padre, y no era de las mejores decisiones que había tomado. No es que me arrepintiera pero, tampoco estaba feliz con aquello. Dejar de estudiar la carrera que más amaba en el mundo había sido lo más duro que jamás había hecho, pero la vida era así, dura.

El trabajo de mi padre condenaba a toda la familia a llevar una vida lejos de lo normal, sin hacer excepción en nadie, y mucho menos en mí. Al principio había intentando compaginar mi vida sobrenatural con mi vida normal, pero cuando había comenzado a mentir a todas las personas que me importaban de mi vida normal, supe que yo jamás sería de ese lado del mundo.

Mi destino había estado predicho desde que nací, al igual que el de todos los miembros de la familia Birdwhistle. Cuando somos pequeños, nuestra rutina es entrenar y estudiar para así poder enfrentarte al mundo sobrenatural al crecer. Luego nuestros superiores, es decir, nuestros padres, tíos y abuelos, observaban tu trabajo y decidían si te iba mejor el "trabajo de oficina" o el "trabajo de campo".

El "trabajo de oficina" consistía en llevar, por así decirlo, todos los negocios, asignando los casos y controlando que todos efectuaran su trabajo correctamente. El "trabajo de campo" era, dicho de forma más vulgar, el trabajo sucio. Los que eran elegidos para realizar este trabajo, tenían que ser buenos en combate, porque eran los que se enfrentaban cuerpo a cuerpo con el peligro. Estas personas se ocupaban de los casos, los investigaban, los resolvían, y en ocasiones se convertían en los guardaespaldas de los que realizaban el "trabajo de oficina". Los del "trabajo de campo" lo tenían más difícil para hacer una vida normal porque tenían que poder estar disponibles las veinticuatro horas del día, sin descanso, al contrario que los que se ocupaban del "trabajo de oficina".

Y a mí me habían elegido para el " trabajo de campo".

Ayudaba a mi padre con sus casos más importantes, sobre todo tratando las negociaciones directas con los sobrenaturales que trataban de desencadenar guerras contra los humanos, y algunas veces hacía de guardaespaldas para mi padre.

Esto me había llevado a tener que escaquearme millones de veces, con excusas tontas, de salir con mis amigos o de realizar trabajos de grupo, o simplemente de las propias clases. Mentía sin ton ni son, ya que aparte de las excusas, también tenía que inventarme historias sobre donde había estado durante mi ausencia.

Un auténtico infierno.

Las únicas personas a las que no había podido dejar atrás de mi vida "normal", habían sido Lynette y Rachel, mis dos mejores amigas desde el jardín de infantes. Les había revelado la existencia del mundo sobrenatural cuando me empezaron a hacer preguntas que sabía las alejarían de mí, y había sido tan egoísta como para no querer dejar que se marcharan. Lo aceptaron, aceptaron quiénes éramos mi familia y yo, aceptaron que el mundo no era como ellas habían pensado que era.

Y como todos los que conocen esta parte del mundo, tuvieron que pagar un precio.

Se habían tenido que alejar de sus familias y ahora trabajaban también para mi padre, pero menos activamente que yo, en el "trabajo de oficina", por lo que ellas si podían seguir haciendo sus vidas normales. Habían recibido entrenamiento para poder defenderse a sí mismas y a los que las rodeaban, y les habían impartido clases para que tuvieran el conocimiento básico sobre el mundo sobrenatural. Clases era lo único que ellas necesitaban para poder vivir en ambos mundos, y sin embargo yo no podía ser normal.

Lo odiaba.

Dejé de pensar en eso y regresé mi mirada a Sasky, que seguía entretenida con el cojín. Ella al menos podía divertirse con un insulso cojín, pensé. "Podrías pasarte por allí en algún momento" las palabras de Donovan en la noche anterior se repitieron en mi cabeza.

"Eso es", pensé, sentándome en el sofá.

Donovan había dicho que me pasara por comisaría en cualquier momento, para así conocer a su equipo. ¿Por qué no ir ahora? Una visita sorpresa no le perjudicaba a nadie, ¿o no? Entusiasmada por tener algo que hacer, me levanté del sofá y fui en busca de la bandolera beige, despertando la curiosidad de Sasky, que me siguió hasta la puerta cuando vio que iba a salir.

- No Sasky- le dije cuando intentó salir conmigo-. Ya sabes que no me gusta dejarte sola, pero no sé si donde voy te dejarán entrar.

Ella lloriqueó un poco, pero se dio la vuelta y se marchó al salón. Yo cerré la puerta tras de mí y caminé hasta el coche, para luego meterme, arrancar y salir. La comisaría estaba a menos de cinco minutos de distancia de mi casa, tampoco era un viaje muy largo después de todo.

Además, aunque no fuera ahora, mi trabajo seguramente me haría ir, no solo a esa, sino a todas las comisarías de Míchigan en algún momento que otro.

No sería algo inusual en mi vida.

2 comentarios:

  1. ¡¡Que divertido!!
    Me he reído un montón jijiji. Primero con lo de la perrita, luego con lo de "la loca del carro" y luego porque no tenía que hacer nada jajaja.
    Me ha gustado mucho, fue largo este capítulo pero me gusto. Muy bien descrito todo.
    Esperando más jijiji, y por Donovan jijiji, porque como Nathan ya está cogido por la brujilla EJ, espero que Donovan se ponga las pilas jajaja.
    Muchos besos

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  2. jaja Me alegro de que te lo hayas pasado bien, ese era mi objetivo y no sabía si era gracioso, porque para mí si es gracioso, pero para otras personas puede no serlo
    Muchos besos hermanita!

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