CAPÍTULO 11
Las manos de Kile se deslizaban por mi cuerpo
como si de una escurridiza serpiente se tratara y sus besos me hacían
estremecer. Lentamente sus manos se aferraron a la cinturilla de mi mini-falda
y comenzó a deslizarla por mis piernas hasta que se libró de ella. Sus labios
abandonaron los míos y comenzó a bajar sus besos por mi mandíbula, hasta llegar
a mi cuello. Esta vez sus manos se deslizaron por mi espalda, empezando a
buscar el cierre de mi sujetador con los dedos, pero yo le detuve antes de que
lo lograra.
Se me quedó mirando.
- No me gusta estar en desventaja- le susurré,
deslizando mis manos hasta los botones de su pantalón. Ambos teníamos las
camisas quitadas y yo acaba de ser despojada de mi mini-falda, era el turno de
su pantalón-. Te toca a ti.
Con una amplia sonrisa me volvió a besar, y me
ayudó a quitarle los pantalones. Los besos se volvieron más intensos, más
salvajes, más ansiosos y rodamos sobre nosotros mismos varias veces en la cama.
La temperatura subía según nuestros cuerpos se tocaban y comenzamos a
hiperventilar. A pesar de que me hacía enojar, tenía que reconocer que aquel
chico sabía cómo conquistar a una chica, lo que me hizo pensar en con cuántas
más habría hecho lo mismo que conmigo. Esos pensamientos fueron suplantados al
sentir como una de las manos de Kile acariciaba apetitosamente la piel allí
donde mis braguitas le dejaban, y supe que estaba deseando librarse de ellas.
Nos encontrábamos piel con piel, no había nada que nos separa excepto un par de
prendas que resultarían fáciles de quitar y…
Alguien tocó la puerta.
Los dos miramos la puerta de mi habitación,
sorprendidos, y luego nos miramos mutuamente.
- ¿Has quedado con alguien?- preguntó él.
Yo negué con la cabeza y rodé por debajo de su
cuerpo para poder levantarme.
- No abras- susurró sujetándome de la muñeca.
- Puede ser importante- me encogí de hombros.
Kile suspiró con resignación y me dejó marchar
mientras comenzaba a vestirse. Me acerqué a la puerta y la abrí un poco,
dejando ver tan solo mi cabeza, ya que me encontraba en ropa interior. Me
sorprendí de ver a Lance al otro lado, con aspecto un poco avergonzado, y me di
cuenta de que él sabía lo que habíamos estado haciendo en la habitación.
Escuché más movimiento detrás y en unos
segundos Kile apareció a mi lado. Miró a Lance algo enojado y antes de salir me
dedicó una sonrisilla y me dio un leve beso en los labios. Una vez le perdimos
de vista miré a Lance, todavía escondiendo mi cuerpo detrás de la puerta.
- ¿Qué haces aquí?- pregunté, algo incómoda por
la posición.
- Bernard quiere hablar contigo- explicó.
- Como no- dije, rodando mis ojos con enojo-.
Deja que me cambie, espera aquí.
El asintió y yo cerré la puerta.
Un poco desilusionada me di la vuelta e
inspeccioné el cuarto, mientras pensaba en qué ponerme. Mi uniforme estaba
esparramado por el suelo y no me apetecía mucho ponérmelo, así que lo recogí,
lo puse sobre la cama y abrí el armario.
Me decidí por unos pantalones harem negros a
la altura de mis rodillas, una camisa de tiras blanca y unas deportivas negras.
También cogí una sudadera holgada de color negro, y me la puse antes de salir.
Abrí la puerta y seguí a Lance.
El día parecía haberse puesto malo de repente,
ya que los pasillos estaban algo oscuros, y si mirabas fuera, podías ver el
cielo encapotado de amenazadoras nubes grises. Los pasillos estaban casi
vacíos, salvo por algún alumno que paseaba y, para mi desagrado, todos se me
quedaban mirando como si fuera un bicho raro, así que me puse la capucha de la
sudadera que, como era holgada, me tapó parte de la cara. Rato después, Lance
se desvió del camino de los pasillos y avanzó fuera, al frío y nublado exterior.
Algo extrañada, continué detrás de él y pronto estuvimos en las puertas principales
de la academia. Caminamos rodeando el gran edificio que era la institución y
maldije porque no hubiesen puesto una puerta trasera y así no tener que
rodearla.
Bajo aquellas nubes grises, el ambiente se
sentía cargado y húmedo, lo que daba a entender que esas nubes se quedarían un
poco más antes de descargar todo el agua que traían encima.
Mi predicción del tiempo quedó suplantada por
la curiosidad en cuanto vi que Lance se dirigía hacia el bosque, y no pude
evitar hacer una mueca.
- ¿Dónde demonios se ha metido este viejo?-
maldije en un susurro.
Lance se rio.
Me sorprendió que en el límite donde comenzaba
el bosque, encontrásemos un caminito de baldosas de piedra, pero me sorprendió
mucho más cuando avanzamos por él. ¿Por qué querría hablar aquel tipo conmigo
en medio de aquel sitio? Allí, en el bosque, el ambiente era más cargado que
antes, y el frío erizó la piel desnuda de mis piernas a la vez que trataba de
traspasar mi ropa. Metí mis manos en los bolsillos de la sudadera para que no
se enfriaran, pero ya poco podía hacer con mi congelada nariz.
Pocos minutos pasaron desde nuestra entrada en
el bosque y ya Lance empezaba a disminuir la velocidad de su paso.
Sinceramente, esperaba encontrarme a Bernard con el resto del clan, en una
especie de rito de iniciación para obligarme a unirme a ellos, pero lo que
encontré no se asemejaba en nada a eso.
- ¿Un invernadero?- pregunté, estupefacta.
Lance no contestó.
El invernadero era enorme, y eso que solo
estaba viendo la parte frontal, y tenía como dos pisos de altura. ¿Era eso
legal? Las paredes estaban divididas en cuadrículas y el color blanco que una
vez habían tenido tenía ahora una capa de tierra y musgo mezclado, sobre todo
en las esquinas de cada cuadrado. En mitad de dicha pared había una puerta, que
se diferenciaba solo por el hecho de tenía una forma más rectangular que los cuadrados que la rodeaban. Lance se
paró enfrente de ella, la abrió y me dejó pasar con un gesto de mano.
Si por fuera era enorme, por dentro era
inmenso.
Era como si acabase de entrar en una jungla
sin animales, en un mundo totalmente diferente al del exterior y ciertamente,
me gustaba más ese lugar que el mundo exterior. Para ser más precisa, aquel
lugar era como una de esas fantasías que sueñas despierta en tu habitación,
deseando que al asomarte por la ventana se haya vuelto realidad.
Y las flores que se encontraban dentro eran de
ensueño.
Jamás había visto tantas flores juntas y tenía
que decir que aquella panorámica no disgustaba mi vista. Había flores de todo
tipo, de todas las clases y de todos los colores que te pudieras imaginar.
Tenía la sensación de haber entrado en un sueño maravilloso, rodeada de vida y
frescura. Gracias a una investigación
que había tenido que hacer para un trabajo de clase, pude identificar la
mayoría de las flores que había allí. Había camelias; adelfas, que lucían tan
sedosas al tacto que daban ganas de abrazarlas; adonis, unos rojos, otros
negros; belladonas; algunos alhelíes encarnados; bocas de dragón; campanillas;
amapolas de todos los colores; azaleas, blancas y rojas; azucenas; begonias;
bastantes cactus florecidos; caléndulas; claveles; rosas rojas, amarillas,
negras, blancas, rosas; crisantemos; geranios; margaritas…
Según iba avanzando, más flores se iban
apareciendo a mi paso y me sentí abrumada por la cantidad de belleza que se
podía juntar en un solo espacio. Seguí caminando y observando, hasta llegar a
una pequeña plazoleta redonda, con una blanca mesita de café en el centro y un
par de sillas, también blancas, a ambos lados de ella. Avancé por el borde de
la plazoleta, admirando todavía las flores, y me encontré con un pequeño
estanque repleto de nenúfares. Justo al lado del estanque, se encontraba un
gran número de flores cuyo nombre desconocía. Median casi un metro, más o
menos, y cada tallo estaba rodeado por cientos de unas azuladas flores.
Eran hermosas.
Y, no entendía por qué, pero no saber el
nombre de esa especie de flor, la hacía aún más atrayente. Un pequeño
escalofrío recorrió mi columna, e inconscientemente acerqué mi mano a ellas,
con el repentino deseo de tocarlas.
- Yo que tú, no haría eso.
Me giré, sorprendida, y vi a Bernard sentado
en frente de la mesita de café, leyendo un periódico con un juego de té delante
de él.
Juraría que no le había visto ahí antes.
- ¿Por qué no?- le pregunté.
Él continuó con la vista fija en el periódico,
pero después de un instante, lo cerró y, dejándolo encima de la mesita, se
acercó a mí.
- Son hermosas, ¿a que sí?- preguntó, sin
esperar realmente una respuesta.
Yo igualmente asentí.
- Pero no te confíes- dijo, mirando las flores-.
Muchas veces, las apariencias engañan, hasta con las flores- me miró-. Son
acónitos, y son venenosas, tóxicas. Puede afectar a las vías respiratorias, a
los centros nerviosos y también causan problemas de tipo cardíaco.
Afortunadamente les han puesto una sustancia que neutraliza su toxicidad, si
no, ya estaríamos envenenados.
- Y si es tan peligrosa, ¿por qué la tienen
aquí?- pregunté.
No respondió, y yo tampoco insistí en recibir
una respuesta.
- ¿Y de qué querías hablar?- le pregunté.
Él me miró durante un instante, y luego
regresó a su antiguo puesto en la mesita de café, volviendo a abrir el
periódico.
- De nada- contestó.
- ¿Qué?- eso fue lo único que fui capaz de
decir-. ¿Entonces para qué me has llamado? ¿Para hacerme perder el tiempo?
- Estabas con ese chico, Kile, ¿verdad?- dijo
sin apartar la vista del periódico e ignorando mis preguntas.
Me quedé en silencio.
Bernard no era nadie a quién tuviese que
decirle qué andaba haciendo todo el día, y mucho menos tenía que saber sobre
mis asuntos amorosos. Aunque seguramente, por ese tono afirmativo de su voz, él
ya sabía qué hacía sin siquiera tener yo que decírselo. Apostaba lo que fuera a
que sabía más cosas de mí de lo que yo misma conocía, y eso me molestaba profundamente.
Así que, entendiendo aquello, no vi motivo
alguno para no decirle la verdad.
- Sí- dije.
-Entonces ha valido la pena el haberte llamado.
Ahora sí que estaba perdida.
Confundida, me acerqué y ocupé la silla libre
que quedaba junto a la mesita de café.
- No te entiendo- dije mientras tanto-. ¿Acaso
pretendes alejarme de él?
No hubo respuesta por su parte, pero la sonrisa que cruzó
su rostro fue todo lo que necesité.
- ¿Y puede saberse por qué no
quieres que estemos juntos?- pregunté-. No creas que por venir aquí y poner
a todo tu séquito a protegerme quiere decir que te deba algo. Fui clara la
última vez, y mantengo mi respuesta. No me uniré a ti ni a tu clan, así que no
pienses que tienes derecho a decirme que puedo o no puedo hacer- él me miró-,
con quién puedo o no puedo estar.
Se quedó en silencio, observándome
detenidamente, esperando cualquier tipo de emoción en mi rostro, pero me
mantuve neutral y, después de unos minutos, sonrió.
- Como ya dije anteriormente ante todos tus
compañeros- comenzó-, he venido a protegerte, y Kile es una de las cosas de las
que voy a hacerlo. Créeme- me miró serio-, al igual que los acónitos, Kile
puede ser atrayente por fuera, pero esconde veneno bajo su piel. Dime, ¿piensas
que en estas semanas le has conocido bien? Lo que has visto no es ni una cuarta
parte de la realidad que él esconde, y mientras esté aquí, evitaré que te haga
daño.
Todo se quedó en silencio, y es que
ciertamente, yo no sabía qué contestar. ¿Tenía que decirle que estaba
equivocado? ¿Qué Kile no era el chico que él me estaba describiendo? ¿Qué no le
conocía como yo? En realidad la pregunta era, ¿le conozco yo acaso? Si Bernard
tenía razón en algo, era en eso, porque yo apenas conocía a Kile, y no me
refiero desde que le conocí, sino a él, a su verdadero yo, sus sentimientos.
Tan solo sabía que era guapo, rico y que extrañamente me sentía atraída por él.
Pero no iba más allá de eso.
Nuestra relación, si es que había alguna
relación, se sentía como el típico amor de verano, que es excitante y
apasionado, pero que sabes se acabará en cuanto el otoño se asome por la
ventana.
No había amor, ni mariposas en el estómago
cada vez que le miraba. No sabíamos lo que pensaba el otro con solo mirarle a
los ojos. No existía conexión aparte de la excitación de sentir sus labios
contra los míos, de sentir el roce de su piel contra la mía. Lo que me unía a
él, lo que nos unía, era simplemente físico, no había sentimientos de por
medio. Un chico y una chica, ambos atractivos y misteriosos a su modo, de una
manera u otra, ambos predestinados a compartir momentos de lujuria y pasión.
No más.
Una historia más en el montón.
Ni yo le conocía a él, ni él me conocía a mí.
No sabíamos nada el uno del otro sino lo que habíamos visto las últimas
semanas. Por lo que sabía, me estaba enrollando con un extraño.
- ¿Y qué pretendes decirme con eso?- pregunté-.
¿Qué no le hable más? ¿Qué me aparte?
Bernard cerró el periódico, dejando un dedo en
medio para marcar la página, y me miró.
- Cómo tú misma has recalcado- dijo-, no te diré
lo que tienes que hacer. Sigue viéndole, sigue besándole, enamórate, haz lo que
quieras. Trataré de protegerte lo mejor que pueda, aunque no prometo que no
vayas a sufrir ningún dolor si terminas sintiendo algo por él más allá de la
atracción física. Yo solo te advierto, y te digo, no dejes caer tu guardia y
mantén tu mente abierta para lo que pueda venir.
- Y si tanto presumes de que me vas a proteger,
¿cómo es que no prometes que no vaya a salir herida? ¿Es eso protegerme?-
pregunté, tratando de que me desvelara lo que quisiera que él me estaba
ocultando.
- Porque eres terca- respondió sin pensárselo-,
y sé que diga lo que diga, siempre harás lo que te dé la gana. Por eso solo
trato de amortiguar algo del dolor que sentirás, como si te estuviese
anestesiando, pero no del todo.
Le miré, una mueca en mi cara.
- Tu lógica no tiene ningún sentido- dije y me
levanté-. Si no tienes nada más que decirme, me marcho.
Bernard asintió hacia mí y, tras tomar un
sorbo de la taza de té que tenía delante, continuó leyendo el periódico. Avancé
en dirección a la puerta, pero lo hice lentamente, admirando de nuevo las
flores.
- Que tenga sentido o no- dijo desde su
asiento-, no es de importancia. Tú solo no te confíes y evita salir dañada.
- Lo que tú digas, viejo- le contesté.
Llegué a la puerta y salí de allí.