CAPÍTULO 17
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Hice dos pequeñas
trenzas espiga en la parte derecha de mi cabeza, las até con una diminuta goma
transparente y dejé el resto de mi pelo suelto. Gracias a la plancha, definí
algunas ondas en él para crear un aspecto más elegante y después comencé a
maquillarme. Usé un delineador para hacerme la raya del ojo al estilo retro y
pinté mis labios de rojo. En cuanto terminé con eso, me calcé unos tacones
rojos llenos de piedrecitas del mismo color, que brillaban hasta en los sitios
más oscuros, y sonreí satisfecha.
Salí del baño
esperando encontrarme a Nathan en la habitación, pero no estaba, así que
simplemente me dediqué a rellenar mi diminuto bolso con lo imprescindible, o
sea, delineador por si acaso, dinero, pintalabios por si acaso y mi móvil. Tras
comprobar que no me faltaba nada, fui al salón-cocina y encontré al vampiro
sexy en la terraza, observando la noche. Se giró al escucharme llegar y en sus
ojos pude ver que le gustaba lo que tenía delante.
Sonreí.
Dejé el bolso en la
mesita y caminé hasta ponerme a su lado. Él estuvo atento a cada uno de mis
movimientos, como si analizarlos fuese lo más importante del mundo, y me miró a
los ojos cuando paré. Aquella mirada provocó que todo mi cuerpo vibrase por
dentro y que una sensación de calor me invadiera incluso las pestañas. ¿Quién
se pensaba que esa noche, en lugar de estar con el fantástico hombre que tenía
delante, pasaría el tiempo tratando de seducir a un maldito vampiro asesino
sospechoso de mi investigación?
Esas cosas solo me
pasan a mí.
- Estás
preciosa – comentó observándome completamente.
En sus ojos podía ver
cómo disfrutaba al verme así, pero en su tono de voz percibí decepción.
- Lo
dices como si fuese algo malo – alcé las cejas con curiosidad y él sonrió.
- Tenía
la esperanza de que no te vieras tan bien – confesó –. Así ese bastardo tendría
menos ganas de tocarte.
- Tranquilo
– sonreí divertida –. Aunque quiera, le será complicado. No soy una chica
fácil.
El móvil de Nathan
sonó desde la cocina y acudió a cogerlo, mientras que yo ocupé su anterior
posición observando la noche desde el balcón. El cielo nocturno estaba cubierto
de finas nubes que se iluminaban gracias a la luna, escondida tras ellas, y que
dotaban a la ciudad de un aire de misterio. Un poco de música de fondo y sería
la escena perfecta de una película de gánsters.
- Lilianne
– miré por encima de mi hombro para atender a Nathan –, Eddy quiere que pases
por la comisaría.
Asentí lentamente y
tomé mis cosas, junto con las llaves del coche, antes de dirigirme a la salida.
Mi compañero, sin embargo, tenía otros planes y me arrebató las llaves con un
movimiento hábil y algo gracioso, haciéndome sonreír.
- Esta
noche seré su chofer, señorita – realizó una pequeña reverencia y me vi
obligada a reír.
- ¿Por
qué eres tan encantador unas veces y tan odioso y molesto otras? – pregunté.
Él se incorporó, me
tomó de la barbilla y sus ojos aguamarina me observaron intensamente. Tras unos
segundos se inclinó lo suficiente para depositar un tierno y apasionado beso en
mis labios, a lo que le correspondí.
- Porque
te encanta – susurró sonriendo.
Mordí mi labio inferior,
agradecida de que el pintalabios fuese de los que duran doce horas, y empecé a
caminar en dirección a la puerta, consciente de la mirada del vampiro fija en
mí. Nathan cerró con llave y juntos bajamos a la recepción, donde la mayoría de
la gente se me quedó mirando.
- Ya
sabía yo que no te costaría llamar la atención – murmuró mi compañero
sonriendo.
Yo no dije nada, pero
sonreí por su comentario, y me seguí deleitando con las miradas posadas en mí.
De ese modo salimos al aparcamiento y me reí cuando Nathan me abrió la puerta
del copiloto, ejerciendo su papel de chofer a la perfección. Una vez él se
subió, arrancó el coche y emprendimos camino hacia la comisaría.
En esta ocasión supo
llegar sin problemas, por lo que no le tuve que dar muchas indicaciones y no
dimos tantas vueltas como aquella mañana. Ambos bajamos del vehículo e hicimos
todo el recorrido hasta la sala de operaciones en completo silencio. A ninguno
de los dos nos apetecía hablar, pues el único tema posible era aquel que me
había llevado a ponerme tan guapa esa noche y nada bueno podía salir de dicha
conversación.
- Aquí
me tenéis – dije nada más entrar a la sala.
Eddy me miró de arriba
abajo y asintió repetidamente, dando su aprobación, mientras que el resto del
equipo contemplaba asombrado.
- ¿Qué
os parece? – pregunté.
Nathan se sentó en una
de las sillas y yo me quedé de pie para que viesen mejor mi modelito. Por sus
expresiones no sabía si les había decepcionado, si les gustaba o si me había
pasado y no era algo adecuado para la ocasión. Había tenido que ir de compras
con mi compañero para conseguir algo que ponerme dado que toda mi ropa se había
quedado en casa de mis padres y no tenía pensado volver allí en un tiempo, así
que si no les gustaba, no sabría qué hacer.
- Estás
cañón – me elogió Cassandra.
- Deberías
arreglarte así más a menudo – Caroline movió las cejas significativamente a la
vez que miraba de reojo al vampiro allí presente.
Solo le faltaba colgar
en la pared un cartel luminoso con el nombre de Nathan y gritar a los cuatro
vientos que él me gustaba. Me reí nerviosa y negué con la cabeza a sabiendas de
que aquella chica no tenía remedio.
- Muy
bien, aquí tienes – Arthur se acercó a mí con dos cajas.
Primero abrió la más
grande de las dos, la cual tendría el tamaño de la palma de mi mano, y dejó ver
un juego de pulseras de plata bastante finas y elegantes.
- En
ellas he instalado sofisticados micrófonos que permitirán que escuchemos todo
lo que tú escuches – asentí a la vez que me las ponía y él abría la otra caja
–. Por otro lado, estas lentillas dejarán que veamos desde aquí lo que tú veas.
Observé las lentillas
con mala cara. No me gustaba la idea de ponerme lentillas, me daba mal rollo
meterme una fina lámina transparente en el ojo, pero no había remedio así que
me las puse sin rechistar.
- Nosotros
estaremos controlando todo desde aquí – Eddy se acercó para hablarme –. Aunque
no nos veas ni escuches, estaremos ahí contigo en todo momento.
- De
acuerdo – asentí con la cabeza.
- Una
última cosa – Caroline vino hacia mí con un papel dorado en la mano –. Tu
entrada para la discoteca, no la pierdas.
Me dio dos palmaditas
en el brazo y sonrió. Yo guardé la entrada en mi bolso y solté aire, estaba
lista.
- Muy
bien – froté mis manos –. Ahora que está todo, me voy. Deseadme suerte.
- ¡Suerte!
– exclamaron todos.
Tras despedirme volví
a salir del edificio y pedí un taxi que me llevase hasta la discoteca. Por el
camino estuve todo el tiempo intentando mentalizarme para lo que venía y
creando un plan mental para conseguir llamar la atención de Adam. Y no solo
conseguirla, también debía mantenerla, porque de nada me servía captar su
atención si luego no lograba tener una conversación fluida e interesante que
aumentase su interés por mí.
- Señorita,
ya hemos llegado – el taxista me hizo perder el hilo de mis pensamientos.
- Muchas
gracias – le pagué por el viaje y bajé del taxi.
La cola del local no
era demasiado larga y la entrada fluía con rapidez, así que pronto estuve
dentro sin ningún problema. Lo primero que hice fue acercarme a la barra y
pedirme un buen Cosmopolitan para que me ayudase a sobrellevar la noche.
- Gracias
– le dije al barman una vez me trajo lo que quería.
Él sonrió y yo le
correspondí con lo mismo. Bebí un pequeño sorbo y entonces me dediqué a
analizar lo que me rodeaba. Al contrario que la de Nathan, aquella discoteca
irradiaba lujo por todas partes, tanto en las zonas VIPs como en la pista de
baile, los acabados del techo, los sillones, la mesa de mezclas del dj, la ropa
de los empleados… Por no hablar de los clientes claro, en su gran mayoría miembros
de la alta clase sobrenatural, aunque también se veían figuras importantes dentro
del panorama mundano como, en esta ocasión, el señor alcalde y varios de sus
muy allegados amigos. Aquel grupo fue el que más llamó mi atención porque,
charlando con ellos muy animadamente, se encontraba el vampiro que yo había ido
a buscar, el señor Adam Wayland, junto con sus dos guardaespaldas.
Como no estaban
demasiado lejos, me senté estratégicamente en uno de los taburetes situados
cerca de la barra, de tal forma que, si alguno de los hombres que componían
dicho grupo alzaba la vista al frente, me verían a mí, una chica joven, guapa y
sola, tomando una copa sin nada mejor que hacer. Una vez en posición, tan solo
me quedaba esperar y rezar para que fuese Adam el que acabase acercándose a mí.
La espera apenas duró
más de cinco minutos.
- No
he podido evitar fijarme en ti – reprimí una sonrisilla y, en cambio, miré a
Adam con desinterés.
Me quedé en silencio y
volví a tomar otro trago de mi vaso.
- ¿Algo
más? – pregunté.
Vi cómo el vampiro
soltaba una carcajada y ocupaba el taburete a mi lado, haciendo que nuestras
piernas se rozaran. Depositó su copa junto a la mía y se apoyó en la barra, de
forma que quedó levemente inclinado sobre mí.
- Así
que eres de esas – murmuró –. Mis favoritas son las difíciles.
Bufé con asco y rodé
los ojos.
- Los
tíos como tú me dan demasiado asco – le miré con una falsa sonrisa –. No te
ofendas.
- ¿Y
quiénes son “los tíos como yo”? – alzó las cejas con gran interés.
Sonreí de lado y
comencé a recorrer el borde superior de mi copa con el dedo índice. Dicho gesto
pareció llamar la atención de Adam, que se removió un poco en su asiento y, al
mirarle, pude ver un atisbo de excitación en sus ojos.
“Demasiado fácil”,
pensé.
- Veamos
– regresé mi vista al vaso –. Se podría decir que los tíos como tú son,
básicamente, vampiros arrogantes que alardean del poder que tienen y usan su
atractivo para llamar la atención de las más jóvenes, con la intención de
llevarlas a la cama y beber su deliciosa sangre – volví mi atención a él y
clavé mi mirada en sus ojos –. Seguramente estaré dejando algo en el tintero,
pero tampoco quiero aburrirte con detalles escabrosos.
Degusté un poco más de
mi Cosmopolitan, que apenas había bajado durante aquel rato, y volví a mirar al
vampiro.
- Y
si te digo que yo no soy de esos, ¿qué harías? - entrecerró los ojos en espera
de mi respuesta.
- Diría
que la nariz puede crecerte si mientes – sonreí ampliamente, pues la imagen de
Adam con una nariz gigante resultaba bastante graciosa.
- Veo
que será difícil convencerte – esta vez él tomó de su bebida, la cual no
conocía, y observé el subir y bajar de la nuez de su garganta –. Háblame de ti,
¿qué te ha traído aquí?
Lista para comenzar mi
papel de hija rebelde que reniega de su familia y discute con ellos sin parar.
- Necesitaba
escapar – miré frente a mí, a la fila de botellas de alcohol dispuestas sobre
una gran estantería –. Últimamente hay bastante tensión con mi familia.
Para darle más
credibilidad a mi actuación, me bebí de un trago lo que quedaba en mi copa y
con un gesto le indiqué al barman que me sirviera otro. Adam, por su parte, me
observaba curioso y me di palmaditas imaginarias en la espalda por lo buena
actriz que era.
O quizás en parte no
estaba actuando.
- Déjame
adivinar – se quedó un momento en silencio, mirándome –. ¿No quieres estudiar
lo que tus padres quieren? ¿Eres la hija menor y no te prestan atención? ¿Sales
con un chico malo y nadie lo acepta? ¿Robaste el BMW de tu padre y ahora tiene
una abolladura?
Le miré asombrada y
empecé a reír tratando de no llamar mucho la atención.
- Para
ser un vampiro tan guapo, no eres muy listo – le dediqué una sonrisa ladeada
llena de inocente picardía –, no has acertado ni una – observé al barman que me
preparaba otro Cosmopolitan –. Digamos que no deseo seguir los pasos de mi padre y
hermanos, como cazadora de seres sobrenaturales.
Aquello último lo
susurré en su oído, para no alarmar al resto de seres presentes en la sala, lo
cual dejó nuestros rostros bastante cerca. En un principio, Adam se mostró
bastante sorprendido, pero lo asimiló y la curiosidad emergió nuevamente en su
expresión. Se terminó su copa y me dedicó una sonrisa.
- Menuda
caja de sorpresas – nos mantuvimos en silencio mientras él colocaba un mechón
rebelde tras mi oreja izquierda, gesto con el que aprovechó para acariciar
débilmente mi mejilla –. ¿Y qué es, entonces, lo que deseas?
- No
lo sé – fui sincera –. Hasta ahora me he dejado llevar un poco, he intentado
disfrutar de lo que me ofrecen ambos mundos, aunque he sacado más emociones del
sobrehumano que del mundano.
Dicha respuesta
pareció gustarle bastante.
- Conozco
una forma de que experimentes todavía más cosas de este mundo – comentó.
- Y
estoy segura de que estás dispuesto a mostrármela – alcé las cejas sin dejar de
sonreír.
Asentí hacia el barman,
que me trajo la otra copa, y tomé un sorbo.
- ¿Quieres?
– le ofrecí un poco ya que su copa se había acabado.
Él aceptó y bebió un
buen sorbo, apoyando sus labios exactamente donde yo había dejado un pequeño
rastro de lápiz labial ¡Y se supone que duraba doce horas! Menuda estafa.
Cuando me devolvió el vaso, me bebí lo que quedaba y dejé el vaso vacío sobre
la barra antes de levantarme del asiento y dirigirme a la pista de baile. No
reconocí la canción que sonaba, así que simplemente comencé a moverme al ritmo
de la misma sin prestarle demasiada atención y vi que varios hombres se
quedaban mirando el movimiento de mis caderas.
- Muchos
te miran esta noche – Adam susurró en mi oído y me di la vuelta.
Entonces colocó una de
sus manos en el bajo de mi cintura y con la otra sujetó mi mano derecha hasta
atraerla a su pecho. No tuve más remedio que poner mi mano izquierda en su
hombro, mientras ocultaba las ganas de vomitar y darle un puñetazo, y se me
quedó mirando unos segundos.
- Las
miradas me importan poco – susurré, pues estábamos tan cerca que no hacía falta
alzar la voz.
- Me
lo imaginaba – sonrió –. Lo que no esperaba es que tú supieras de la existencia
del mundo sobrenatural.
“Me lo dicen mucho”,
pensé.
- Como
tú bien dijiste – sonreí de lado –, soy una caja de sorpresas.
Su sonrisa, en la cual
asomaban sus colmillos, mostraba diversión y no hizo más comentarios, por lo
que yo también me mantuve callada. Me concentré en seguir sus pasos, que
tampoco eran muy elaborados, pues íbamos a un ritmo completamente opuesto al de
la música que sonaba y tenía que descifrar qué movimiento hacer. Adam, sin
embargo, se dedicó a observarme, sentía sus ojos fijos en mí, mientras que yo
miraba su hombro con detenimiento.
- Si
me observa con tanto empeño me pondré colorada – dije haciendo contacto visual
con sus ojos.
- Sería
un placer verla sonrojada, seguramente estarás tan hermosa como ahora – sonreí
como haría cualquier chica que recibe un halago así de un hombre como ese –. A
propósito, me llamo Adam, Adam Wayland.
- Lilianne
– acerqué mi rostro a su oreja para susurrarle –, Lilianne Birdwhistle.
- ¿Birdwhistle?
– se alejó un poco para mirarme a la cara –. ¿Eres la hija de El Pacificador?
- Una
de ellas – confirmé.
Me miró asombrado,
probablemente lo último que esperaba era que le dijese aquello y sonreí
divertida.
- Todo
el mundo pone la misma expresión que tú tienes ahora cuando se enteran de quién
soy – me alejé con un ágil y delicado movimiento, provocando que él me soltara.
Anduve entre la gente
que bailaba hasta estar de nuevo en la barra donde pedí un chupito de tequila y
me senté a esperar. El barman, al cual deberían subirle el sueldo por atender
tan rápido, me trajo el chupito junto con un poco de sal y una rodaja de limón.
- ¿Se
puede saber por qué te has ido? – oculté la sonrisa que quise esbozar cuando
Adam se sentó a mi lado.
- Es
lo que toca – me encogí de hombros y me tomé el chupito con decisión –.
Primero, por cualquier motivo, acabo entablando una conversación con un ser
sobrenatural, parece que nos caemos bien, seguimos de charla y cuando sale el
tema de que soy la hija de El Pacificador, todos se alejan. Simplemente te lo
ponía más fácil, para que no tuvieses que inventarte una excusa para apartarte
de mí.
Dejé dinero suficiente
sobre la barra para pagar todo lo que había pedido y me bajé del taburete.
- Ha
sido un placer, Adam Wayland – le miré a los ojos, creando la atmósfera
perfecta para dejarle con las ganas de seguir conociéndome –. Siento que hayas
dado con la chica equivocada.
Le di un beso en la
mejilla y me di la vuelta para dirigirme hacia la puerta con la aparente
intención de salir de allí. Si todo salía según lo había planeado, pronto
tendría noticias suyas. Salí de la discoteca y la piel se me erizó por el frío.
Me froté los brazos y corrí a la orilla de la acera para ver pasaba algún taxi,
con tal suerte que justo uno estaba dejando a un par de chavales bastante
borrachos no muy lejos.
- ¿Necesita
que la lleve, señorita? – el taxista, un cuarentón con pinta desaliñada, me
miró de pies a cabeza mientras hacía la pregunta.
- Sí,
gracias – abrí la puerta trasera dispuesta a subir, pero Adam apareció y la
cerró de repente.
- Disculpe
las molestias, yo la llevaré – le dijo al tío de dentro del coche.
Le miré estupefacta,
aunque en el fondo intentaba aguantar las ganas de darme palmaditas en la
espalda y felicitarme por el éxito que había tenido. El malvado vampiro Adam
Wayland estaba deseoso de tenerme cerca y no pensaba dejarme escapar.
- ¿Qué
haces? – pregunté.
- Mira,
entiendo que tengas esa idea de los “tíos como yo” y que pienses que todos se
quieren alejar de ti – se quitó la chaqueta y me la puso sobre los hombros –,
pero yo no soy así.
Hubo un pequeño
silencio en el que yo sonreí como si estuviese ante el hombre más encantador
del mundo.
- Gracias
– dije acomodando mejor el abrigo en mis hombros.
- Entonces
vamos – se hizo a un lado para dejarme pasar –. No era broma lo de llevarte. Mi
coche no está muy lejos.
Le hice caso y comencé
a caminar con él a mi lado. Por fuera me mostraba calmada y feliz, pero por
dentro solo quería que aquel caso se acabara de una vez para poder alejarme de
aquel tipo que no me caía nada bien y así volver a mi bonita casa en Lake City.
Y estar con Nathan,
claro.
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ResponderEliminarEn serio, no lo entiendo por qué haces eso 😭, quiero maaaaas.
ResponderEliminarBesitos 😙 😙 😙