CAPÍTULO 14
Me dolía tanto el pecho que
parecía que tenía una bala incrustada en él pero, a decir verdad, parecía que
tenía balas incrustadas en todo el cuerpo. Era como si un ejército de cien
hombres me estuviese bombardeando con miles de esas dichosas balas y yo, en vez
de morir, simplemente soportaba los golpes.
Y a pesar de todo, continuaba
moviéndome.
Mi cerebro me decía que no me
quedaba fuerza ni para pensar, pero había otra parte de mí que se negaba a
dejarme parar, y esa pequeña parte era mi ego. No es que quisiera darle a
entender a los diez hombres que luchaban contra mí, ni a ninguno de los
emocionados espectadores que nos observaban, que yo era superior a ellos, pero
si quería que supieran que yo no era fácil de vencer.
- ¡No dejes de pensar en
tus enemigos!- me gritó Bernard desde lejos-. ¡Puede que algunos estén detrás
de ti pero si te concentras ni siquiera necesitarás verles para ganarles!
Traté de seguir sus
instrucciones y conseguir concentrarme en mis contrincantes, en todos y cada
uno de ellos, pero era tan difícil. En particular, quería aprender a visualizar
a los que tenía detrás incluso sin verles, sin embargo, me costaba hacerlo si
los que tenía delante trataban de desmembrarme con sus afiladas armas. Bernard
había hecho que todos los que participaran en la pelea, incluida yo, debían
llevar un arma diferente al resto, y eso era, con perdón de la expresión, una
auténtica mierda.
Y es que tenía que esquivar
una daga, una alabarda, un alfanje, una espada, una falcata, una katana de
madera, un látigo, un machete, un mandoble, un puñal, un tessen y una alabarda.
No es que no estuviese satisfecha con mi arma, un par de sais, pero a pesar de
todo resultaba demasiado complicado.
- ¡Los que están
esperando!- gritó Bernard, esta vez no a mí-. ¡Observad detenidamente! Cuando
tengáis el nivel necesario seréis vosotros los que estéis ahí en medio.
Con aquello, mi curiosidad se
elevó casi nada, ya que quería saber quiénes me tendrían que observar
detenidamente, pero fue suficiente para que uno de mis contrincantes me alcanzara.
La katana de madera me golpeó fuerte en la pierna, provocando un grito de dolor
por mi parte mientras caía al suelo de rodillas, y haciéndome entender que,
hasta cuando era de madera, la katana podía hacer mucho daño.
Todos con los que había
estado luchando se pararon, aunque mantuvieron la postura de ataque, y yo traté
de ignorar el dolor. Intenté llevar mi atención a mis manos, que estaban
apoyadas en el suelo y todavía sostenían mis armas. Me mordí el labio cuando
mirar mis manos no funcionó y unas repentinas ganas de llorar me abordaron.
- ¿Vas a llorar?-
preguntó Bernard, a quien no había sentido acercarse-. Estás sangrando.
- Lo sé- mis palabras
fueron claras, pero estaban ahogadas entre mis intentos por contener las
lágrimas.
- ¿Tanto te duele?-
siguió preguntando él-. ¿Tanto como parar querer llorar?
Sofoqué un sollozo que se
escuchó en todo el gimnasio y me levanté. Mi ojos seguramente estarían
vidriosos y mi labio algo morado por haberlo mordido. La pierna me sangraba y
me dolía. Tenía un aspecto espantoso y aun así no me importaba que los demás me
viesen en aquel estado.
- Contéstame sí o no-
dijo Bernard-. ¿Te duele?
- Sí- dije tragando las
lágrimas.
- ¿Por eso has estado a
punto de llorar?
- No- fue mi respuesta.
Él me miró con los ojos
entrecerrados, tratando de evaluarme y descifrarme.
- ¿Entonces por qué?-
preguntó.
Yo tragué saliva y le miré.
- Porque odio hacer
esto- dije-. Odio parecerme a mis padres.
- ¿A tus padres?-
preguntó estupefacto-. Créeme, sé quiénes son y estoy seguro de que no te
pareces a ellos.
- Eso lo dirás tú- dije
con tono seco.
- ¿Me dirás, entonces,
en qué te pareces a ellos?- me preguntó.
- Da igual- dije-. Tan
solo quiero terminar con esto.
Me coloqué entonces en
posición de ataque, dispuesta a seguir peleando a pesar del dolor, y también
porque quería dejar de hablar de aquello. Bernard me miró fijamente durante un
momento, pero al ver que yo no diría nada más sobre aquel tema, suspiró y se
encaminó hacia su anterior posición, fuera de donde ocurría la pelea.
- Está bien chicos-
dijo-. Daniela ahora no solo te defiendas, también ve a atacar. Los demás-
continuó, refiriéndose a los que luchaban contra mí-, en cuanto ella os clave
su arma salid de la pelea.
- Espera- dije yo-,
¿clavar?
- Sí querida- contestó,
sonriendo por mi reacción-. Pero tranquila, ellos son vampiros, no les harás
daño.
- Si es lo que tú
quieres- susurré mientras me encogía de hombros y volvía a mi posición
defensiva.
Y así comenzó todo de nuevo,
otra oleada de ataques, golpes y heridas sangrantes. Pero esta vez me fue fácil
apartar el dolor, y es que mi mente solo pensaba en clavar mis sais en mis
contrincantes.
Le di a uno, que
instantáneamente se retiró de allí, y luego a otro y a otro más. Tenía al
vampiro con el machete al alcance cuando el del látigo enrolló la cuerda de
cuero en mi cuello y me hizo retroceder. Eso daba ventaja a los demás porque mi
mayor preocupación entonces era que no me asfixiara y tuve que pensar algo
rápido. Casi por instinto, giré en una especie de pirueta y desenrosqué el
látigo de mi cuello, para luego envolver una de mis sais en él y clavarle la
otra al vampiro.
- ¡Detrás de ti!- gritó
Bernard, pero antes de que pudiera terminar de decirlo mis sais estaban
clavadas en los dos vampiros que me intentaron atacar por la espalda.
Me di la vuelta para encarar
a los demás, justo para esquivar el machete que iba directo a mi car. Retrocedí
un par de pasos con pose defensiva, tan solo para hacerme una idea de lo que me
quedaba, y lo que vi no me gustó nada. Me quedaban cuatro contrincantes, pero
no eran ellos los que más me preocupaban, sino sus armas. La alabarda,
peligrosa por sus tres hojas afiladas, situadas al final de una firme barra de
metal, el machete, que podía desmembrarme un brazo de un solo golpe, una katana
de madera, que gracias al cielo era de madera, y un mandoble, que no era tan
afilado como la katana pero que podía romperme un hueso y también hacerme
difícil apuñalar al vampiro que la usaba por culpa de la longitud del arma.
- Joder- maldije, y
escuché como Bernard se reía.
- Atacad de uno en uno-
dijo dejando de reírse-. Veamos cómo te las apañas.
Aquello era bueno y malo al
mismo tiempo. Era bueno porque así solo tendría que concentrarme en uno cada
vez, pero era malo porque les daba tiempo a los otros para descansar. Ajenos a
mis pensamientos, los cuatro vampiros obedecieron la orden de Bernard y a mí
tan solo se acercó el que tenía el machete.
Tomé aire y luego lo solté
lentamente, preparando así mi cuerpo y
mi mente para lo que venía. El vampiro, sabiendo lo que yo hacía, esperó, aun
manteniendo su pose de ataque, a que yo estuviera lista. Unos segundos más
tarde, asentí hacia él y el combate comenzó.
El vampiro dirigió su machete
directamente a mis manos, con el claro objetivo de desarmarme, y retrocedí
dando un pequeño salto. Una y otra vez, durante un rato, no hice más que
retroceder ante aquella arma que amenazaba con desmembrarme. Tenía que pensar
rápidamente como librarme del vampiro para poder continuar con los demás.
Pero hacerlo al mismo tiempo
que esquivaba los golpes era difícil.
- ¡Deja de retroceder!-
gritó Bernard, y por su tono supe que estaba molesto por mi actitud-. ¡Así solo
conseguirás que te arrinconen!
“¿Te crees que no lo sé?”,
pensé.
A pesar de su advertencia,
seguí retrocediendo, ya que mi estrategia era llegar hasta una pared porque,
¿en algún momento alcanzaríamos una pared no? Atravesamos todo el gimnasio
pasando delante del emocionado público, en el que había tanto estudiantes como
profesores, y me dediqué a observar al vampiro para no desviar mi mirada hacia
los demás. En los ojos de mi contrincante se podía ver la confianza que tenía
en que me tenía en sus manos y podía vencerme con solo pestañear. Sin embargo,
las palabras de Bernard habían hecho influencia en su estrategia y lo que
pretendía era acorralarme.
Algo que yo deseaba que
pasara.
Y por fin ya estábamos donde
yo quería, en la pared, y esperé a que él diera su golpe maestro. El vampiro
blandió el machete a mi izquierda y lo dirigió horizontalmente hacia mi tórax.
Me agaché para esquivarlo y le clavé una de mis sais en la pierna. En cuanto lo
hice el vampiro se retiró y me dejó el camino libre.
Uno menos. Sonreí.
El siguiente fue el vampiro
con el mandoble, que esperó a que yo regresara a donde había empezado a pelear.
Este paseíto me dio algo de tiempo para recuperar una respiración más normal,
aunque mi corazón seguía palpitando con rapidez. A parte de eso, también
aproveché para estudiar a mi contrincante y encontrar una forma de eliminarle
con eficacia. La dificultad ahora era la gran longitud del arma, que me
impediría alcanzar a mi contrincante y darle. Para derribarle solo podía hacer
dos cosas.
La primera era desarmarle
claro, pero el problema estaba en que no podía hacerlo porque el arma era
demasiado larga. Encima el vampiro la sujetaba como si no fuera más que una
insulsa y ligera hoja de un árbol, mientras que a un humano le costaría mucho
más esfuerzo luchar con ella.
- Fijaos chicos- dijo
Bernard-. ¿Veis lo que ella hace?
- ¿Caminar?- dijo
alguien dudosamente.
Bernard había esperado por
aquella respuesta, lo sabía perfectamente. Era el tipo de preguntas que él
hacía para que la gente fallara y entonces poder lucirse delante de todos dando
la respuesta correcta. Me concentré de nuevo en el vampiro.
- No- dijo-, miradla
bien. En su cabeza miles de engranajes se mueven en busca de un plan, una
estrategia, una manera de vencer a su contrincante. Lo que tenéis que aprender
de eso es que cualquier oportunidad es buena para pensar y decidir qué hacer.
La segunda forma para vencerle
era convertirme en una jodida ninja samurái y volar por encima del arma hasta
alcanzar al tipo. Pero ese plan tenía un gran inconveniente, y es que yo no era
una jodida ninja samurái. ¿Podía aquello ser peor?
Llegué hasta donde el vampiro
me esperaba y me preparé para improvisar alguna forma de darle. Él dirigió el
mandoble hacia mí y comenzamos a pelear. Hubo un rato en que lo único que se
escuchaba eran las hojas de nuestras armas al chocar y nuestras respiraciones.
Golpes secos, fríos y duros, llenaban el aire con un sonido metálico casi
irritante. Tenía que buscar una forma de deshacerme de aquel tipo, ¿pero cómo?
Antes de que mi mente pensara
la respuesta, mi cuerpo ya estaba actuando y probé suerte. Mis sais poseían dos
salientes puntiagudos a ambos lados de cada hoja, lo que me proporcionaba un
objeto perfecto para trabar la hoja del mandoble la de mis sais y el saliente.
Enganché una de mis armas al mandoble y logré inmovilizarlo, pero aún estaba
lejos de poder alcanzar al vampiro y darle. Lo único que se me ocurrió hacer
fue deslizar mi arma para que no se desenganchara y así, finalmente, le clavé
el arma que tenía desocupada en el estómago.
El de la katana no esperó ni
un segundo y se puso frente a mí realmente rápido. Apenas me había dado tiempo
a coger un poco de aire y ya estaba otra vez esquivando golpes para evitar
terminar aquel entrenamiento con un miembro menos. Estaba tan cansada y
dolorida, tenía una herida sangrante en la pierna y moratones por todas partes.
Deseaba que aquello terminara en ese momento para poder ir a descansar, pero
hasta que no venciera a los dos que me faltaban, no me podría ir.
Así que transformé mi
cansancio en rabia.
Tensé mi cuerpo más si cabía
y aferré mis manos a las sais con tanta fuerza que parecía que estaba
sosteniendo mi propia vida. Moví mis armas con rapidez y eficacia, siempre
atacando jamás defendiendo, y es que me movía tan rápido que el tipo no tenía
tiempo ni para devolverme el ataque. No pasó ni un minuto y, sin saber cómo
exactamente, desarmé a mi contrincante y le clavé mi sai en el estómago.
Y aun así todavía me faltaba
uno por vencer.
Pero yo ya no estaba para
seguir con aquello y no me apetecía luchar más. Con esto en mente, en cuanto
tuve al que sostenía la alabarda en mi campo de visión, le lancé las dos sais y
se le clavaron en el pecho. El tipo no tuvo tiempo ni de levantar su arma para
defenderse y así todo terminó.
El silencio se apoderó del
gran gimnasio entonces. Todos los vampiros del clan, incluido Bernard, tenían
una expresión de sorpresa en sus rostros por mi repentino, rápido y eficaz
ataque con el que me había librado de dos vampiros en menos de dos minutos. Me
giré para mirar a los que miraban la escena desde las gradas, y vi que casi
todos tenían los ojos abrillantados, no porque quisieran llorar, sino por algo
que no pude identificar en aquel momento.
Busqué a Jul y a Betty las vi en una orilla cogidas de la mano y sonrientes.
¿Qué pasaba allí? ¿Por qué todos estaban tan raros? Miré de nuevo a Bernard,
pensando que él podría darme una explicación, y me sonrió.
- Eso ha sido muy…-
dijo-…sorprendente. No esperaba esa repentina reacción llena de furia.
- Yo tan solo quería terminar
con esto- le dije encogiéndome de hombros-. Estoy cansada, no me apetecía
luchar contra nadie más – entonces miré al vampiro que había estado sosteniendo
la alabarda y que ya se había quitado las sais del pecho-. Lo siento.
Él sonrió.
- Me ha gustado
bastante- continuó Bernard-, deberías cansarte más a menudo.
Yo di un resoplido casi riéndome.
- Pero no hoy, viejo- dije
y caminé hacia la puerta-. Ahora me voy a dormir.
Y me fui.
Oooooooh! ¡Que emoción!
ResponderEliminarYo estaba luchando con ella.
Me encantó, Thais. Quiero maaaaas jijiji. Todavía tengo el corazón a mil, entusiasmada por ver como terminaba el entrenamiento jijiji.
Gracias mi bruji linda, no te tardes con el siguiente capítulo jijiji
Besitos
ajajajaj me alegro que te entusiasmaras jajajajaja
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